GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 94)
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DESCRIPCIÓN, POR ODEN GEOGRÁFICO, DE LAS SEPULTURAS DE LA NECRÓPOLI DE TÚTUGI Y DE SUS AJUARES RESPECTIVOS.
XXIII
A 50 centímetros y a la izquierda de la anterior sepultura, después de un pequeño murete divisorio, encontróse otra, también abierta en un simple pocillo, con su lecho de yeso, en la que se depositaron una vasija esférica sin pintar y una caja de piedra caliza a la que faltaba la tapadera, de 22 centímetros de altura por 37 de longitud, que contenía los huesos incinerados humanos. (Véase lámina XIII, parte superior.
En cambio, en los restos del ajuar de otra sepultura descubrimos sólo la tapadera y aun ella fragmentada, de una caja, que sería muy interesante, a juzgar por el tamaño de aquélla y también por sus grabados y pinturas (Lámina XIII). Mide 52 por 43 centímetros. Con la anterior pieza aparecieron un fragmento de espada falcata de hierro, de 24 centímetros de longitud; un borde de casco de guerrero, de hierro; un cerco o aro de hierro perteneciente a un cubo de carro, que mide 19 centímetros de diámetro, 53 milímetros de alto por 7 de espesor; otro un poco más pequeño con rebordes en un lado, de 16 centímetros de diámetro; dos de las piezas que unían los rayos de las ruedas a las pinas; unos clavos y otras piezas de hierro de uso desconocido.
Todo lo cual se halló oculto por una gran losa, sobre la que descansaba, recubierto por otras piedras el esqueleto, orientado al Sur, de un morisco, pues así lo hace creíble el encontrarse entre las tierras que lo recubrían un plato pequeño, de 13 centímetros de diámetro, vidriado,
de blanco, roto en varios fragmentos ya de antiguo. Por este último hallazgo se deduce que, al abrir la sepultura para enterrar el individuo de referencia, cuya osamenta hemos descubierto casualmente, ella coincidió con el sitio de la cámara sepulcral de un túmulo de cierta importancia.
A pocos metros de la anterior sepultura y a la izquierda de ella había la solera de una vivienda pavimentada con fragmentos de ímbrices, de tégulas y de vasijas romanas; en una esquina apareció un hogar, construido con cuatro losetas puestas de canto y otra horizontal, lleno de cenizas y carbones, y en el centro de la planta de la casa una moneda romana de cobre, muy gastada, y una fosa en forma de paralelógramo, excavada en la tierra, conteniendo un esqueleto humano. Un poco más arriba de la construcción romana y cerca de la risca, fuimos a
dar con una gran vasija de forma cilíndrica, de 30 centímetros de diámetro, pintada toda ella con zonas de anchos semicírculos y a la que faltaba la parte superior, conteniendo el esqueleto entero de un niño de corta edad.
Otro hallazgo parecido de inhumación de un niño debemos mencionar como procedente de la misma zona de la necrópoli de Tútugi, y fue realizado el primer día de nuestras excavaciones en la mitad de la ladera Este y muy cerca de las tierras de labor. El ajuar fúnebre de esta sepultura se redujo a una urna de forma esférica y sin pintar, con su plato de tapadera. El niño inhumado era de muy poca edad, por cuanto cupo en el interior de la vasija, rota en dos mitades ad hoc, la cual no alcanzaba más allá de 29 centímetros de diámetro.
Volviendo de nuevo a la ladera Oeste de la cañada de los Metros para proseguir con la descripción de las sepulturas descubiertas en la parte inferior del acantilado, una vez que se ha dado vuelta a la esquina que forma el camino con la cañada, se ha de hacer presente que en campañas de trabajos anteriores a la del Estado, por uno de nosotros1 se descubrió una sepultura abierta en terreno duro, de forma cuadrada, con dos metros de lado por 1,50 de profundidad, en cuyo fondo había una urna sin adorno alguno, recubierta por un plato, y fragmentos de cerámica con líneas circulares en rojo, entre las tierras de relleno. Los huesos incinerados que se hallaron en la urna ocupaban poco más o menos la mitad de ella, y entre los mismos apareció un cuerpo extraño, por su aspecto parecido al fieltro de un sombrero basto, de color gris. Dicha pasta parecía hecha de lana con adición de una fibra textil, probablemente cáñamo, y utilizóse para envolver los huesos humanos, como vimos después claramente en la sepultura 63 de la zona II de esta necrópoli. En el fondo de la urna se halló un pendiente de oro de forma de racimo y varios glóbulos, también de oro, que pesaban entre to-
dos ellos lo mismo que el pendiente completo, por lo que se deduce: primero, la intensidad del fuego, que logró deshacer uno de los dos pendientes, y segundo, el esmero de la incineración, que permitía recoger globulillos de oro no mayores que los perdigones de caza que se denominan mostacillas.
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