Paella gigante en la plaza

 
 
 

CON UNA PAELLA CELEBRÓ GALERA EL 1 DE MAYO

A eso del mediodía, la plaza del pueblo se tiñó de amarillo. De un amarillo plebeyo tal vez, pero enormemente más atractivo que el gris plomizo con que se había iniciado la mañana -enloquecida asimismo de polvorientas y frías ventoleras- que no presagiaba nada bueno.

Y a eso del mediodía, poco más o menos, comenzó a descorrerse el telón gris para dar paso a un esplendoroso sol, aunque aún  conservando las uñas del mes de marzo. Y es que “Cuando marzo mayea mayo marcea”, como decía la gente a la vista de la poco halagüeña perspectiva de tener que renunciar a una gigantesca paella. Propósito que había anunciado el  providente Ayuntamiento que ofrecería con motivo del día del trabajo.

Desde el viejo campanario  se desplomaban las dos de la tarde, cuando comenzó a desplazarse lentamente la densa y palpitante cola, de varios cientos de comensales con los jugos gástricos en plena efervescencia.  Una espectacular paellera humeaba apetitosa  sobre las brasas y hacia ella se dirigía la laica procesión. La componían vecinos de toda la vida; vecinos recientemente incorporados, procedentes tanto de la desapacible Britania como de  desolados altiplanos andinos. Y para darle un aire aún más cosmopolita, vecinos de las más cercanas localidades comarcanas, que así estaban las inmediaciones de la plaza de coches: a reventar.

La cerveza y el vino de país corrieron alegremente por el ágora, de manera que nadie que dijese la verdad pudo quejarse de hambre ni de sed.  Y hasta un apacible sol -lo que son las cosas-  se fue sumando poco a poco a la fiesta que el Ayuntamiento tuvo el acierto de programar, creíamos por la mañana, contra viento y marea. Pero no fue así por todo resultó un éxito.

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