GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 95)
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IV.2. LA CULTURA ARGÁRICA
Durante más de mil años, gran parte del territorio que hoy es la provincia de Almería fue un destacado foco cultural que irradió su influencia por las regiones vecinas de las provincias de Murcia y Granada principalmente.
Hacia finales del III milenio antes de Cristo, una vez cumplido el ciclo de la denominada “Cultura de Los Millares”, se inicia en el área de Antas una nueva orientación en el quehacer humano, claramente influenciada por la fase anterior y por las evidentes conexiones con el desarrollo cultural que se estaba produciendo en el Mediterráneo. Hasta este territorio llega hacia -1900 la revolucionaria tecnología del bronce, junto con nuevas creencias de carácter religioso, que se van a reflejar, por ejemplo, en el tratamiento que a partir de ahora se va a dar a los muertos.
Tras una fase de afianzamiento y maduración de su personalidad, una nueva forma de entender la vida se va a extender por el Sureste peninsular: la “Cultura Argárica”.
Y en el momento de su máximo esplendor, hacia el -1600, se constata en nuestra comarca la presencia de las formas argáricas en algunos de aquellos antiguos asentamientos calcolíticos y en otros que se alzan de nueva planta.
Son bastante abundantes los poblados de este tiempo que se conservan en la Hoya de Huéscar, los cuales se establecen en su práctica totalidad a la orilla de los ríos de Orce, Barbata y Guardal. Concretamente en el tramo que va desde el cerro de La Virgen de la Cabeza hasta la unión de los dos últimos ríos mencionados, que medirá alrededor de 15 kilómetros, se han documentado hasta ahora los siguientes asentamientos: Virgen de la Cabeza (Orce), Cueva de los Cipreses, cerro de El Real, Castellón Alto, cerro de La Cabeza, Castellón de Enmedio, Castellón de Abajo, barranco de Los Pilares (Galera) y cerro de La Balunca (Castilléjar). Algo retirado del río, pero establecido junto a unos manantiales que aún permanecen, se encuentra, así mismo en territorio de Galera, el de Fuente Amarga.
Los mejor conocidos son el del Castellón Alto y el de Fuente Amarga, al haber sido excavados en la década de los ochenta del este siglo.
Los ocupantes del Castellón Alto eligieron este enclave -como suele ocurrir en casi todos los yacimientos de esta época y cultura- por su destacada ubicación estratégica junto al río, añadiendo a esta circunstancia dos aspectos muy importantes: por un lado, el agua está a la mano; por el otro, el control visual que se tiene sobre el río y el camino que corre paralelo a él es inmejorable
.
Las características orográficas del cerro, sin apenas superficies planas sobre las que levantar las cabañas, obligaron a sus ocupantes a realizar importantes tareas de aterrazamiento en casi toda su extensión.
Por los datos obtenidos en las campañas de excavación arqueológica a que se ha sometido, sabemos que sus habitantes vivían en chozas de pequeñas dimensiones, cuyos muros eran de piedra y sus techos de palos y ramajes, impermeabilizados con barro y yeso. El interior de estas cabañas solía albergar el hogar y un ajuar doméstico muy escueto, que se limitaba a alguna estera para aislarse del frío, así como a la existencia de poyos adosados a la pared en algunas de ellas. Las pertenencias solían complementarse con algún molino de piedra para los cereales y algún que otro ejemplar de vasija de cerámica, hecha a mano por desconocerse aún el torno.
La economía de los habitantes del El Castellón, al igual que los de los demás poblados de esta cultura, estaba basada principalmente en la agricultura de cereales y en la ganadería.
En El Castellón se han encontrado muestras de cebada, trigo, avena, habas, guisantes y otras especies cultivadas tanto en régimen de secano como de regadío. Igualmente, se han recuperado restos de semillas y frutos silvestres recolectados en el entorno inmediato como pueden ser bellotas, uvas, etc. que debían almacenarse en los silos subterráneos que aparecieron en algunos sectores del poblado.
Este panorama vegetal, más o menos cultivado por el hombre, se completaba con una población de pinos carrascos, enebro, retama, romero por lo que se refiere a la vegetación de monte y a la de tarayes, sauces, fresnos y álamos en las riberas del río. En el resto del territorio se ha atestiguado la presencia del esparto, el albardín y diversos tipos de herbáceas, gramíneas, etc.
La ganadería tuvo así mismo una destacada importancia. Se pueden mencionar animales como la oveja y la cabra por su número, estando otros como el conejo muy bien representados también. Tal vez uno de los aspectos novedosos que aporta el Castellón, para el conocimiento de las costumbres ganaderas de la época, sea la aparición de áreas identificadas como establos en el mismo solar del poblado.
Se han recuperado restos de animales no domésticos, que constituían el paisaje cinegético de aquellos antepasados, tales como el jabalí, la cabra montés, el zorro, el lince, el gato montés y otros menor porte como musarañas, lirones, ardillas, etc. Las aves que en la actualidad o están extinguidas en la zona o se encuentran en áreas exclusivamente serranas con La Sagra, Sierra de María, Sierra de Castril, etc., se han documentado en el yacimiento (perdiz, paloma torcaz, cerceta, águila imperial, águila real, chova, grajilla, mochuelo, etc.) .
Una práctica muy característica de los argáricos, que los distingue de otras culturas anteriores y posteriores, es el tratamiento de los cadáveres de sus familiares difuntos y su posterior enterramiento en el propio poblado, junto a las cabañas o incluso en el interior de ellas.
Fallecido cualquier individuo, se procedía a excavar su sepultura en forma de nicho o pequeña covacha, en donde se introducía éste en posición fetal. Una vez colocado, se depositaba junto a él el llamado ajuar funerario, consistente en una serie de objetos tales como vasijas especialmente hechas para esta ocasión, así como útiles de su uso personal (punzones, cuchillos, hachas, etc.). En muchas ocasiones se colocaba igualmente junto al cadáver una pata de ovicáprido. Normalmente, el difunto era enterrado con los objetos de adorno que había usado en su vida: anillos, pendientes, brazaletes, collares, etc.
La reutilización de estas sepulturas en una segunda y hasta en una tercera ocasión son corrientes en la época, costumbre que se practica igualmente en la actualidad con alguna frecuencia.
Por los vestigios aparecidos en las distintas campañas de excavación, sabemos que el poblado argárico de El Castellón fue pasto de las llamas por lo menos en dos ocasiones, tras las cuales se reconstruyó en parte.
En torno a -1200/-1150, después de un posible tercer episodio de destrucción por el fuego, el asentamiento humano de este cerro se abandona, sin que en ningún momento posterior se haya reocupado por comunidad humana alguna.
Tras su excavación, y debido a las decisivas aportaciones que ha supuesto para el conocimiento de la Cultura Argárica, este poblado se declaró como Bien de Interés Cultural por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en marzo de 1996.