GALERA TREINTA Y CINCO SIGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 35)

XI. LA EDAD MODERNA

I. “GALERA, LA MI GALERA…” (I)

El ambiente dominante en nuestra comarca en los primeros diez meses de 1569 hacía presagiar -no sólo a nosotros, que vemos los hechos con la perspectiva del tiempo, sino también a los que los vivieron- un levantamiento en la zona más o menos virulento.

Las continuas prevenciones de Huéscar para reforzarse no son más que un prolegómeno que tiene su confirmación en el mes de enero de ese año, cuando se produce el intento de ocupación de la localidad por parte de los habitantes de Galera.

La presión psicológica que ejercería, tanto en un bando como en el otro, la extensión de los hechos a comarcas tan cercanas como la de los Vélez, no hacía más que mentalizar a cristianos nuevos y cristianos viejos que el enfrentamiento era ineludible.

Por otra parte, la estrategia desplegada en esta segunda fase de la guerra por los sublevados no podía dejar al margen de la rebelión a un área tan extensa como la nuestra, en donde contaban, además, con muchos de los suyos.

Lo raro hubiese sido el no haberse alzado los varios miles de moriscos que vivían aquí.

Para situar los sucesos más importantes, sobre todo los de los primeros momentos, tenemos dificultades porque no hay fechas en ninguno de los cronistas, digamos conocidos.

Desde la imprecisa noticia que da Hurtado de Mendoza sobre el alzamiento de Galera, que lo fija “en el tiempo que el duque de Sesa partió para el socorro de Orgiba”, pasamos a la narración directa del hecho, tanto por parte de Pérez de Hita como por parte de Mármol Carvajal, sin que ninguno de los dos últimos se refiera al día concreto en que se produjo.

Sin embargo, D. Marcelino Fernández, al contar esta parte de la historia de Galera en su libro inédito, narra sucesos muy concretos que tienen lugar justamente en los primeros días de la rebelión de la villa, que no aparecen en ninguno de los tres historiadores antes citados.

¿Llegaría Fernández a conocer algún documento existente en el Archivo Parroquial de Galera38, posteriormente desaparecido, en el que se narrasen los acontecimientos de los primeros días de la rebelión?

No es descabellado pensar en esta posibilidad, ya que Fernández refiere en su narración que “el venerable Diego de Ávila, natural de Medina del Campo, cura y beneficiado que a la sazón era de la Parroquial de Galera”, añadiendo más adelante que “en el año 88 (1588) murió el Licenciado Durana y en el 90 el venerable don Diego de Ávila”.

Es decir, que Diego de Ávila sobrevivió a los acontecimientos de la guerra y fue enterrado -donde permanece- en el subsuelo de la iglesia parroquial de Galera.

¿No podría haber escrito dicho beneficiado una relación de los sucesos particulares y concretos ocurridos en la villa hasta que hubo de escaparse a Huéscar, como veremos más adelante, dejándola en el Archivo Parroquial para memoria de los nuevos habitantes de Galera?.

Si hemos de decidirnos por una fecha, lo hacemos por la que aporta D. Marcelino Fernández, que es la del 10 de noviembre de 1569. Esta afirmación está apoyada por una carta de don Fernando de Zafra, desde Castril, a la que aludiremos posteriormente.

El cómo de la sublevación de Galera tampoco lo explican de la misma manera.

Hurtado dice simplemente que “En el tiempo que el duque de Sesa partió para el socorro de Orgiba, y don Juan entendía en reformar las desórdenes, se alzó galera una legua de Guescar en tierra de Baza”. Hita relata: los de la villa de Galera acordaron de levantarse… Los de Galera comunicaron su designio á los moros de Huéscar y de Orce, y los hallaron propicios; en vista de lo cual escribieron al Maleh de Purchena dándole cuenta de su intento, y rogándole les enviara alguna gente de secreto para alzarse. El Maleh les envió luego doscientos soldados…Los de Galera no aguadaron más para poner banderas moras en su castillo y por todas las murallas, haciendo zambra y zalá públicamente”. Mármol cuenta que “La villa de Galera era de don Enrique Enríquez, vecino de Baza; el cuál, á pedimento de los proprios vecinos, que eran todos moriscos, para defenderlos si viniesen algunos moros á hacerles que se alzasen, había enviádoles sesenta arcabuceros con Almarta, su criado… Andaba en este tiempo Jerónimo El Maleh … solicitando todos los pueblos de moriscos á rebelión… y queriendo levantar á Galera… los vecinos se excusaban con decir que no podían alzarse mientras Almarta estuviese allí con aquellos soldados; y para quitárselos de delante, había metido secretamente en la villa doscientos moros armados que los matasen…Ordenaron pues… de ponerse una mañana á trechos por las calles… y como fuesen subiendo los soldados, matarlos”.

El proyecto, sin embargo, no da resultado porque un muchacho se escapa de Galera y cuenta los planes a los soldados, quienes se atrincheran y piden ayuda a Huéscar. Llegados éstos, la población se ha alzado.

Por su parte, D. Marcelino Fernández explica la sublevación de Galera como consecuencia directa de la puesta en vigor de la Pragmática de 1526, que en su día quedó aplazada, y que ahora, cuarenta y un años después, va a liberar toda la carga que lleva consigo en contra de la cultura musulmana. Habla de dos personajes de Galera, Abenhozmín y Darax, los cuales se plantean la necesidad de manifestarse en contra de esas disposiciones a través del alzamiento. El nombramiento de don Fernando de Válor como rey consolida sus ideas, a la vez que las noticias de que serán partícipes de un seguro apoyo procedente de Berbería. Tomada la decisión, se dirigen al recién “bautizado” como Aben Humeya y le cuentan sus propósitos, así como las condiciones de la comarca, que -a su juicio- reúne muchas posibilidades de alzarse con la victoria.

Naturalmente, la idea era igualmente conocida por los moriscos de Orce y de Huéscar.

Para ejecutar este propósito, se ponen en contacto con El Maleh solicitándole el envío de profesionales. La petición halló una actitud favorable y los soldados, unos doscientos, entraron “secretamente” en la villa.

El dato de que había una guarnición cristiana destacada en Galera coincide con el aportado por Mármol. E igualmente es coincidente en ambos cronistas el detalle de la buena armonía existente entre los unos y los otros. Hasta el punto de que los soldados, un sector de los cuales se albergaba en la misma población y el resto en el exterior, se aprovisionaban de víveres en los establecimientos moriscos de la villa sin el menor contratiempo.

Esta confianza fue la que aprovecharon los rebeldes para iniciar sus acciones en contra de los cristianos. El plan consistió en esperar a que la mañana del día diez de noviembre subiesen los soldados como lo tenían por costumbre e ir degollándolos uno por uno. Un imprevisto, sin embargo, estuvo a punto de dar al traste con la trama.

Cuenta D. Marcelino Fernández que uno de estos soldados, llamado Alfonso Sánchez, “tenía especial amistad con una mora”, cuyo nombre igualmente ha llegado hasta nosotros, Xatifa. Ésta, enterada de los propósitos, se lo desveló al cristiano, quien no debió hacer demasiado caso porque ni siquiera lo comunicó a sus compañeros.

Y, efectivamente, en la mañana señalada, algunos de los componentes del destacamento fueron degollados y descuartizados, conforme fueron subiendo al pueblo a hacer sus compras.

La noticia del sangriento suceso fue llevada a los soldados restantes por un muchacho que escapó de la villa, dato este último que tiene semejanza con el narrado por Mármol, salvo el detalle de que el muchacho del que habla éste se había escapado de la población antes de producirse este ataque por sorpresa a los militares.

Un último episodio narra Fernández de los sucedidos en estos dos días en Galera.

Diego de Ávila, uno de los tres curas beneficiados que sabemos con que contaba la Parroquia, enterado de lo que había ocurrido, se encierra con los supervivientes en la iglesia y se atrincheran en una de las habitaciones de la torre, la que “está debajo de las campanas… por tener buen cerrojo por la parte de adentro y la puerta estar toda forrada de hierro”. Antes, había consumido el Santísimo y había puesto a salvo el copón, los cálices y el resto de los ornamentos sagrados, que posteriormente fueron trasladados a Huéscar.

Los cristianos de esta localidad, avisados del levantamiento, se dispusieron a ir a Galera para apaciguar los ánimos. Llegados a la villa la encuentran alzada y la iglesia ardiendo, con lo que poco pueden hacer. Sin embargo, planteadas algunas escaramuzas que dieron lugar a los refugiados en la iglesia para poder salir de ella y ampararse en Huéscar, sufren algunos daños más morales que físicos.

Estos dos datos, el día y el intento de cerco por parte de los cristianos de Huéscar, están confirmados por la carta que se conserva, escrita precisamente el 10 de noviembre y dirigida al Concejo de Huéscar, por Fernando de Zafra, señor Castril:

Rescibi una de vs ms oy jueves y la hecha era de el lunes pasado ya yo sabia lo q avia pasado de galera y estoi maravillado como no paso adelante el cerco que cierto es gran desverguenza de los moros estenderse tanto”.

Las represalias por el orgullo pisoteado debía de padecerlas alguien. Y quién mejor que el grupo de moriscos vecinos de Huéscar. La turba se dirige a sus casas con ánimo de hacer en ellos lo que no han podido en Galera. El comendador, Francisco Pecellín, del que tenemos noticias de su nombramiento a través de una de las cartas de la duquesa, interviene a tiempo y encierra a los amenazados en los sótanos de la casa de las tercias con intención más de protegerlos que de castigarlos.

La idea de eliminar el problema planteado en Galera, sin embargo, no había desaparecido de los cristianos de la ciudad. Y una vez obtenidos refuerzos de la Puebla de don Fadrique, se organiza una nueva salida a la villa para aplastar la rebelión que tanto les debió atemorizar. No obstante, no todos los pensamientos eran confesables.

Y eso se notó, porque “fueron luego a hacer el efeto, aunque confusa y desordenadamente, como hombres que llevaban menos celo y mas cudicia de la que era menester en aquella coyuntura”, dice Mármol.

Y así salió la cosa.

En primer lugar es conveniente contabilizar las fuerzas con que cuenta cada uno de los bandos que se van a enfrentar. Por lo que se refiere a los moriscos, la cifra de unas 2500 a 3000 personas parece ser acertada. Hay que tener en cuenta que, además de los vecinos de Galera, unos 400, El Maleh había enviado a la villa doscientos hombres de pelea.

El número de soldados que habían conseguido los oscenses no debe superar el de 1000, aunque Hurtado los hace llegar hasta los 1200. Aunque parezca haber una gran diferencia numérica entre ambos grupos, hemos de considerar que no todos los refugiados en Galera eran aptos para la pelea, puesto que debemos restarle un porcentaje muy considerable de mujeres y niños. De la misma manera, hay que tener en cuenta que los efectivos que intentan asaltar la villa vienen apoyados por un determinado número de caballos, de los cuales carecían los alzados.

Dos jornadas duró este nuevo intento, el segundo, de los soldados cristianos para conseguir que los sublevados depusiesen su actitud, sin conseguirlo al final. Pero veamos cómo se desarrollaron los acontecimientos.

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