AGRUPACIÓN MUSICAL ALLEGRO GALERA - CONCIERTO DE SANTA CECILIA - 2024
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GALERA TREINTA Y CINCO SIGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 29)
IX. LA EDAD MODERNA
Con la llegada al trono de Felipe II las cosas iban a empeorar.
Las relaciones entre la Iglesia y la Monarquía van a estrecharse y la interrelación entre ambos estamentos es mucho más íntima que hasta ahora había sido.
Por otra parte, se detectan entre las autoridades granadinas, ya civiles de la Audiencia, ya militares de la Capitanía General, unos cada vez más palpables antagonismos en cuando a jurisdicción de una y otra. Cada vez son más frecuentes los casos en los unos intervienen en el campo de los otros, creando ello un verdadera rivalidad entre ambos sectores.
Como resultado de ello, se llega hasta el punto de revisar las propiedades de los vecinos, entre los cuales, naturalmente, están los cristianos nuevos. A éstos se les exigen títulos de propiedad que lleguen hasta la época nazarí. Las consecuencias y el malestar que de ello se desprenden son obvias.
“El Reino de Granada -comenta Julio Caro Baroja- fue tierra propicia para el papeleo y también para todas las corruptelas que se siguen de éste…”
Efectivamente, la cada vez más abrumadora burocracia que impone el nuevo monarca hace que se agrave un punto más la situación morisca. A ello se une, visto el ambiente cada vez más pesado que se va creando, la petición del arzobispo de Granada don Pedro Guerrero, el cual no duda en solicitar que se lleven a cabo reformas tendentes a desterrar las costumbres más genuinamente moriscas que aún se practican en el Reino.
La tensión sube de tono. Ya todos hablan, pero parece que nadie se entiende. En 1566 se celebra una reunión en la que participan los obispos de todas las diócesis sufragáneas de Granada y reclaman de las autoridades civiles que impongan severas medidas en lo que a asuntos de fe se refieran. Se alcanza la máxima gravedad cuando consiguen poner en vigor las medidas acordadas cuarenta años atrás, en 1526 que, como recordaremos, no llegaron a ejecutarse.
Un año más tarde, en 1567, Pedro de Deza, presidente de la Real Chancillería, y el cardenal Espinosa consiguen que se promulgue una decisiva pragmática por la que:
1. Queda prohibido hablar, leer y escribir en lengua arábiga.
2. Cualquier contrato escrito en dicha lengua sea nulo.
3. Se haga una revisión a fondo de los libros escritos en árabe.
4. Los varones dejen de usar sus ropas y las mujeres lleven la cara descubierta.
5. Mientras celebren sus fiestas, los nuevos cristianos dejarán abiertas sus puertas.
6. Los viernes dejarán de ser días festivos.
7. Queda prohibido llamar con nombres árabes a los conversos.
8. Las mujeres no se teñirán con alheña.
9. Se prohíbe usar los baños y los que haya habrá que destruirlos.
10. Se inicia una revisión de licencias para la posesión de esclavos negros.
Los personajes moriscos más influyentes, de los que habían quedado en el país, se ponen inmediatamente a hacer gestiones para evitar este nuevo ataque a su identidad como pueblo, que tan generosamente habían reconocido los Reyes Católicos. Entre ellos, el anteriormente aludido Francisco Núñez Muley, que no obtiene ningún resultado.
En la parte contraria hay un sector de la población, generalmente perteneciente a la nobleza, que por unas circunstancias u otras no respalda estas disposiciones. El marqués de Mondéjar, por ejemplo, intercede ante la corte en Madrid por los perseguidos, pero Espinosa se niega rotundamente a sus peticiones
Desde antiguo, para complicar las cosas, habían existido partidas de bandoleros mudéjares que se agrupaban para cometer sus fechorías amparados en la especial topografía del Reino de Granada. Eran gentes de armas y sin muchos escrúpulos, que se conocían con el nombre de monfíes, palabra cuyo significado viene a ser algo así como desterrado, confinado, encartado, etc.
Todo el territorio del Reino de Granada, especialmente la comarca de Las Alpujarras, se hallaba estremecido por las fechorías de estos grupos consistentes en asaltos a los viandantes, sin excluir los asesinatos de quienes se les resistían. A ello había que unir el desasosiego que existía, principalmente en la costa, donde periódicamente aparecían corsarios norteafricanos que ejecutaban, en combinación con algunas partidas de monfíes, audaces y desastrosos golpes de mano en las tierras cristianas. Hubo momentos en que el pánico a un desembarco en apoyo de los conversos era algo que aterrorizaba a la población.
Aprovechando esta situación, algunos cabecillas del alzamiento enrolaron en sus filas grupos de monfíes, cometiendo por el territorio fechorías de todo tipo y envergadura, pero ahora en favor de su identidad como pueblo.
Un nuevo factor social, el de los gandules, completaba el panorama de la Granada de mediados del XVI. Eran los gandules, originariamente, componentes de una especie de cuerpo policial, representativo de cada uno de los sectores o barrios de las ciudades. Por consiguiente, en cada ciudad había tantos grupos como distritos o parroquias tenía. Una característica común a todos ellos era, además de su juventud, la propensión a organizar alborotos a la menor ocasión que tuviesen.
Es fácil adivinar que estos distintos grupos, hábilmente manejados, componían una fuerza no despreciable ante cualquier levantamiento que fuese a producirse. Y así ocurrió.
Frente a este sector de la población, está el compuesto por los cristianos viejos que abusan en cuanto pueden del elemento morisco, ya que los primeros se consideran superiores social y culturalmente a los segundos. A tanto llegaron estos abusos que el arzobispado de Granada emite una serie de ordenanzas regulando la conducta de los curas, beneficiados, vicarios y sacristanes para que “… no lleven más de sus derechos en las velaciones, ni reciban carneros, gallinas, pedazos de carne…” y que no “…carguen con nuevas imposiciones a los feligreses, especialmente moriscos, recibiendo pan, vino, aves, cazas y hojas de morera, ni les hagan trabajar en días festivos o comunes en provecho propio, ni les traten mal de palabra llamándoles perros moros, ni comentan otros abusos”
Los moriscos, a partir de la publicación de este documento, son ya conscientes del peligro que les acecha y entre sus filas se experimenta una ebullición de reuniones y asambleas, encabezadas por los más respetados y prestigiosos, orientadas a su organización.
Una de estas reuniones, la celebrada el 27 de septiembre de 1568, se considera la clave para que, a partir de ella, se produzca la explosión. Efectivamente, se acuerda entre los asistentes que es urgente el nombramiento de una cabeza que agrupe y coordine los movimientos que se decida llevar a cabo. De entre los más sobresalientes, resulta elegido don Hernando de Válor, con ascendientes directos en la dinastía de los antiguos califas. Inmediatamente reniega de su nombre, cristianizado, para adoptar el de Aben Humeya. Y a partir de aquí se ultiman los detalles.
Los cronistas de la época explican lo sucedido de esta manera:
“… movieron los lugares comarcanos y los demás de la Alpujarra… enviando por corredores, y para descubrir los ánimos y motivo de la gente de Granada y la Vega, a Farax Aben Farax con hasta ciento y cincuenta hombres…Ellos recogiendo la que se les llegaba, tomaron la resolución de acometer a Granada… con hasta seis mil hombres mal armados… Pero fue acontecimiento hacer aquella noche tan mal tiempo, y caer tanta nieve en la sierra… que cegó los pasos y veredas… para que tanto número de gente no pudiese llegar. Mas Farax con los ciento y cincuenta hombres, poco antes del amanecer entró por la puerta alta de Guadix… Llegaron al Albaicín, corrieron las calles, procuraron levantar el pueblo haciendo promesas, pregonando sueldo de parte de los reyes de Fez y Argel, y afirmando que con gruesas armadas eran llegados a la costa… Mas los del Albaicín estuvieron sosegados en las casas, cerradas las puertas, como ignorantes del tratado, oyendo el pregón… Tampoco se movieron los de la Vega… especialmente no oyendo la artillería del Alhambra que tenían por contraseña”
“Farax Abenfarax… viendo que la ciudad y la Alhambra se apercibían cada hora, tomó consigo el sábado en la tarde, primer día de pascua de Navidad, al Nacoz de Nigüeles y al seniz de Bérchul, capitanes de monfís, y á gran priesa se fué con ellos á los lugares de Guéjar, Pinos, Cénes, Quéntar y Dúdar y recogió como ciento ochenta hombres perdidos de los primeros de los primeros monfís que pudieron atravesar la sierra… porque los otros no les pudieron acudir… Con esta gente quiso Farax comenzar a matar cristianos. En Quéntar le escondieron al beneficiado los propios moriscos del lugar…De allí pasó la vuelta de Granada, determinando de alzar el Albaicín… Luego envió á llamar algunos de los autores del rebelión, y les dijo que, pues el levantamiento estaba ya comenzado en la Alpujarra, convenía que los del Albaicín hiciesen lo mesmo antes que los cristianos metiesen más gente de guerra en la ciudad…. los cuales (los moriscos del Albaicín)… le dijeron que no era buen consejo el que tomaba; que habiendo de venir ocho mil hombres, venía con cuatro descalzos… y ansí se fueron a encerrar en sus casas…” 1
Aparentemente, este renuncio por parte de los habitantes del Albaicín, condenaba al fracaso el alzamiento de los moriscos granadinos. Pero no era así. Prácticamente toda La Alpujarra estaba convulsionada contra los cristianos viejos, además de otras comarcas como el valle de Lecrín, parte de la costa granadina, el marquesado del Cenete y una porción de la actual provincia almeriense.
Los moriscos, perdido ya el miedo, se lanzan a un vorágine de asaltos, pillajes, saqueos, destrozos de iglesias y asesinatos verdaderamente escalofriante.
Hay una notable diferencia entre los hechos bélicos que hemos narrado en la entrega y la toma del Reino Nazarí entre 1482 y 1492 y la que se va conocer como Guerra de Las Alpujarras, desarrollada entre 1568 y 1570. La primera es todavía una guerra al estilo medieval, en la que los contendientes vivían aún el espíritu caballeresco, entre cuyas características destacaba el respeto por el adversario. En el conflicto con los moriscos, por el contrario, no hay cuartel para el enemigo en ninguno de los dos bandos. Los hechos revisten un carácter terrible, sanguinario, exterminador.
Dos ejemplos pueden ilustrar lo último que afirmamos.
El primero de ellos, narrado retóricamente por Mármol Carvajal, tiene lugar en La Alpujarra donde los sublevados se ceban con los clérigos y cometen contra ellos verdaderas atrocidades en las primeras semanas del conflicto.
“Viendo pues el Abad mayor (de Ugíjar) sacar á matar aquellos cristianos, y considerando que lo mesmo harían dél y de todas las mujeres que allí estaban, anduvo de unas en otras exhortándolas á que osasen morir por Jesucristo… Y andando derramando muchas lágrimas con estas y otras palabras dignas de su buena vida y doctrina, llegó a él un moro gandul, y le dio una puñalada en el rostro con tanta fuerza, que le hizo saltar un ojo, y acudiendo otro con una espada, le mató, y abriéndole el pecho con un puñal, le sacó el corazón, y llevándolo alto en la mano, comenzó a dar grandes voces diciendo: Gracias doy a Mahoma, que me dejó ver en mis manos el corazón deste perro cristiano”.
El segundo, contado por Ginés Pérez de Hita, sucede en Huéscar, una vez extendida la rebelión a nuestra comarca. Galera se ha sublevado y los cristianos oscenses han pretendido abortar el alzamiento con las armas sin conseguirlo. Antes al contrario, han sufrido un serio revés por parte de los rebeldes y han debido volver humillados a la ciudad. Llenos de ira, se dirigen a la casa de las Tercias del Duque de Alba, donde los moriscos jóvenes de Huéscar han sido encerrados como medida de precaución.
“… así como llegaron á Huéscar se agolparon en tropel á la Tercia donde estaban encerrados los moriscos, y con el grito espantoso de >mueran los enemigos de la fe católica=, agujerearon con barrenas de cubos de carros las puertas del edificio, y por allí disparaban los arcabuces sobre aquella canalla reunida, matando á muchos dellos. Parecía hundirse la ciudad con la gritería que andaba; era tanta y tan espesa la humareda de la pólvora, que no se veían los unos a los otros; y desesperados los moros de verse matar en aquel encierro, sin poder vengarse, tomaban piedras y palos gruesos para tapar los agujeros por donde les venía el daño… Muchos de los moriscos, trepando por las paredes y ayudándose unos a otros, subían á los tejados, desde donde hacían a los cristianos el mal que podían… La dicha casa… ardía por todas partes… de modo que ponía temor y espanto aquel espectáculo… Retirados los cristianos pudo el corregidor socorrer a los moros de la Tercia que no quedaron muertos o heridos…”
Poco a poco la guerra se generaliza hasta llegar a todos los confines del territorio sublevado.
No es nuestra intención, obviamente, contar todos los sucesos relacionados con el resto del Reino de Granada. El lector dispone de magníficas obras en las que informarse de su desarrollo.
Nos vamos a centrar, sin embargo, en lo acontecido en Galera y su comarca así como en los territorios más cercanos a ella, por lo que de influencia tuvo en lo aquí sucedido. Ésta es nuestra idea fundamental.
1 19 Luis del Mármol Carvajal. HISTORIA DEL REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DEL REINO DE GRANADA.