GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 96)
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Galera Treinta y Cinco Siglos de Historia (Capítulo nº 24)
IX
EDAD MODERNA
VII. 6. EL GENIO HIDRÁULICO ISLÁMICO Y LA AGRICULTURA (y II)
Los esmerados trabajos de los habitantes de la Galera musulmana obtienen una alta rentabilidad de sus tierras, a juzgar por el elevado número de vecinos -más de cuatrocientos- que hay en la localidad en el fatídico año de 1569. La documentación existente nos da un reflejo de lo que debieron ser estas vegas en épocas de normalidad, tanto social como agrícola.
“Preguntado si ai disposicion de tierra para plantar eredades o hacer otro aprovechamiento, dijeron que la tierra es muy buena y que solia estar toda llena de arboles y viñas…”.
Por lo que respecta al aprovechamiento forestal -en sus vertientes de leña y caza principalmente- hay que considerar en primer lugar que el término de Galera, excepción hecha de la parte del Periate, de cerro del Negro y la cañada de Cañepla que le corresponde, adolece de estos tipos de terrenos. Tal vez por ello, desde muy antiguo, existía una comunidad que abarcaba las localidades de Galera, Orce, Castilléjar, Huéscar, Vélez Blanco, Vélez Rubio, Zújar y Freila, de manera que sus habitantes pudiesen abastecerse tanto de combustible como de caza.
En algunas ocasiones surgían disputas entre los habitantes de unas y otras localidades en el uso de este derecho. Pero la aparición en escena de un noble navarro, don Luis de Beaumont, agrava la situación de manera evidente. La incidencia que su política tuvo en nuestra comarca, autoriza a que conozcamos algo más de este personaje, que no dudamos en calificarlo de absolutamente negativo en nuestra historia.
Por los años en que nos ocupamos, había estallado una grave guerra civil en Navarra, recientemente incorporada a la Corona de Castilla. Los beligerantes, agramonteses y beamonteses, estaban acaudillados por las familias que los apellidaban. Por las tendencias de los primeros -que eran más bien simpatizantes de Francia- los Reyes Católicos apoyaban a la casa beamontesa, y más concretamente a su representante, don Luis de Beaumont, II Conde de Lerín. Éste, además estaba casado con una bastarda de Juan II, por lo que era cuñado del rey Fernando el Católico. El matrimonio le había proporcionado, tanto a él como a su hijo, la dignidad de Condestable de Navarra.
Los avatares políticos, sin embargo, hicieron que don Luis cayese en desgracia, hasta el punto de que fue desterrado de su propia tierra, junto con sus hijos. El exilio se prolongaría hasta que los reyes Navarros autorizasen su regreso.
No le interesaba al maquiavélico Fernando de Aragón el arrinconamiento de Beaumont y decidió compensarlo. Para ello, nada mejor que echar mano de las recién conquistadas tierras del Reino de Granada y asignarle -de manera provisional, eso sí- unas posesiones que le asegurasen las mismas rentas que había dejado de percibir de sus tierras navarras. Y así, el 24 de abril de 1495, pasan a depender del Condestable las villas de Huéscar, Vélez Blanco, Vélez Rubio, Cuevas de Almanzora, Castilléjar1 y Freila.
Además de sus rentas, se concedía a Beaumont el mando de una capitanía de 100 lanzas a la que correspondía un salario de 200.000 maravedíes.
De entre todas las localidades citadas, Huéscar representaba la garantía de una posterior devolución de sus posesiones. También accedieron a ello los monarcas, disgustando profundamente a su población, que era mayoritariamente mudéjar, salvo un pequeño contingente de cristianos viejos -soldados y servidores de Rodrigo Manrique, antiguo alcaide de la villa- que vivía en ella.
Asegurado en su impunidad y convencido de lo transitorio de su situación, sin sentir el más mínimo aprecio ni respeto por las gentes y las tierras que se le han confiado, muestra inmediatamente su intención predadora, en la convicción de que tiene que aprovechar el tiempo que le concedan para arrasar con todo y capitalizarlo a su favor.
No eran ajenos los Reyes Católicos a lo que iba a suceder -se ve que conocían bien el paño- y, en previsión de conflictos demasiado escandalosos, advirtieron al Conde de Tendilla y al Arzobispo de Granada para echasen un ojo de vez en cuando.
Y, claro, no se equivocaron. En más de una ocasión hubo necesidad de enviar jueces a la zona para poner paz en los numerosos litigios que fueron surgiendo. Sin embargo, los hombres fuertes del Condestable -ni él ni su hijo vinieron nunca por aquí- hacían caso omiso de las reconvenciones que se les hacía, fuertemente respaldados por su señor.
Por lo visto, era muy difícil entrar en negocios con los administradores de don Luis sin salir descalabrado del trance. Ejemplo de ellos pueden ser ganaderos lorquinos que, desde siempre, pastaban en tierras oscenses como lo tenían “de costunbre en el tienpo del verano”. O los conflictos habidos con ciertos vecinos de Baza a cuenta de la titularidad de unas tierras, dentro del término de Zújar. Estas propiedades, que eran arrendadas por sus dueños a mudéjares de esta villa, consideró el conde de Lerín que eran suyas, como parte de la cesión de la monarquía. Y en una ausencia del juez encargado de la causa, se apropió definitivamente de las heredades y las repartió a varios colonos.
Galera y Orce, como vecinos más inmediatos del usurpador, sufrieron sistemáticamente sus depredaciones mientras estuvo presente en la zona.
En 1498 prohíbe mediante ordenanzas que los vecinos de Galera y Orce saquen de los términos de su Señorío la caza que obtienen para su venta. Estos, respaldados por los Reyes Católicos, de quienes dependían aún, denuncian el hecho al Consejo Real, puesto que algunos vecinos habían sido encarcelados en contra de la costumbre ancestral. Don Enrique Enríquez, como señor y defensor de ambas villas, llama al orden al Condestable, o a sus representantes, sin efecto alguno. La cosa llegó incluso a la aprehensión de ganados, por lo que la Corona ha de intervenir finalmente para que les sean devueltos a sus propietarios.
En febrero de este mismo año vemos intervenir nuevamente a Enríquez en favor de los vecinos de Galera y Orce ante la pretensión de Beaumont de obligarlos a sufragar los gastos que originaban las obras de edificación de una fortaleza. Nuevamente hace acto de presencia la Corona a través de un oficial desplazado expresamente para ello, sin que finalmente el Condestable se saliese con la suya.
Y, desde luego, las incursiones de los vecinos de Galera -por lo menos de algunos de ellos- continúan en territorio municipal de Huéscar, aunque ello sea ya unos años más tarde, cuando la casa beamontesa ha dejado definitivamente estas tierras. Como muestra de ello son las diversas gratificaciones que el ayuntamiento de esta localidad da a cazadores de Galera que han eliminado sendas camadas de lobos. En tal concepto están registradas varias cantidades -siempre 300 maravedíes- en los años 1537, 1538, 1540, 1541 (tres veces), 1542 (cuatro veces), 1545 y 1554.
A juzgar por los receptores de este dinero, podemos suponer que algunos vecinos de Galera dedicaban parte de su tiempo a esta actividad de manera sistemática como pueden ser unos Heredia, que aparecen cinco veces como tales.
Pero no eran únicamente los galerinos y los orcenses los afectados por la rapacidad del señor. Sus propios súbditos oscenses tuvieron que padecer continuos abusos y excesos hasta límites hasta ahora desconocidos por quienes habían huido precisamente de otras tierras obligados por la misma causa2.
“La usurpación de la totalidad de los montes y baldíos de Huéscar por parte del condestable (dice Enrique Pérez Boyero), dejó a los vecinos de esta villa sin terrenos de pasto para sus rebaños y boyadas. El Concejo solicitó permiso al conde (de Lerín) para crear dos dehesas boyales, pero éste lo denegó pretextando, cínicamente, que la comunidad de términos prohibía el acotamiento de los mismos (cuando él no había hecho otra cosa que delimitar todo en su provecho). Ante la falta de pastos en el término de la villa, los vecinos no tuvieron más remedio que conducir sus ganados a otros lugares…”
“No es extraño, por tanto, que el Concejo de Huéscar se negase a prestar ayuda a los criados del condestable cuando se temían represalias por parte de D. Enrique Enríquez en respuesta a las prendas de ganado efectuadas a sus vasallos de Orce y Galera”
La polémica de la comunidad de pastos y general aprovechamiento de los montes entre estas localidades permanece más o menos soterrada y de vez en cuando surge alterando la vida cotidiana. En algunas ocasiones han de intervenir las altas instancias administrativas, según se desprende de los Autos que en 1773 ordenan que la mancomunidad de pastos entre las villas de Galera y Orce ha de subsistir, frente a los acotamientos que la ciudad de Huéscar les ha ido estableciendo. La villa de Castilléjar -con la que hay escasísimos litigios a lo largo de toda la historia- se enfrenta, sin embargo, con la de Galera por este asunto.
También debió mediar la Real Chancillería y dictaminar en 12 de septiembre de 1788 que “…debian de mandar, y mandaron, se restituia a dcho. Conzejo, Justicia, y Regimto de la Villa de Galera a la possesion en que estaba de pastos, abrebar, cortar leña, y madera, y hacer todo los demas aprovechamtos en los terminos de la de Castilleja, ejecutoriadas en los años de 497, 498, y 500, en cuia possesion se le mantenga, y ampare, y condenaban, y condenaron a dcho. Conzejo de Castilleja en las costas de esta instancia…”.
A pesar de las constantes apelaciones que la Administración hace sobre esta materia, las movedizas tierras sobre las que se sustentan estos centenarios acuerdos no llegan a consolidarse nunca. La última referencia que hay documentada es la orden de 1827, emanada de la superioridad, por la cual se insta a mantener la ya muy vacilante comunidad de pastos entre las villas de Galera, Orce y demás de la comarca.
1 Esta localidad, que había estado bajo la tutela de dos mudéjares colaboracionistas de los RRCC, fue canjeada a estos por algunas alquerías en la “taha” de Andarax para completar el lote.
2 Desesperados por los abusivos impuestos de su señor, los habitantes mudéjares de Letur (Albacete), prendieron fuego a la localidad y se marcharon a vivir a Huéscar, hacia 1449.