Mediados de julio de 1852

 
 
 

El cura párroco envía un oficio al Ayuntamiento sobre la completa ocupación del cementerio, que está situado junto a la iglesia, hasta el punto de que ya no hay espacio donde enterrar. A raíz de esto se activan las gestiones para levantar el que más o menos se ha proyectado ya. Pero tal vez la queja que en abril del año siguiente presenta la maestra de niñas (la escuela de niñas estaba en la sacristía) sobre los malos olores que se desprenden del recinto, sea el desencadenante final para la operación. El maestro albañil y varios concejales se personan en el lugar, comprueban que es cierto, trasladan la escuela de sitio y deciden que el camposanto se puede hacer junto a la ermita de San Antón.

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