GALERA TREINTA Y CINCO SIGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 36)

XI. LA EDAD MODERNA

I. “GALERA, LA MI GALERA…” (II)

Doña Juana Fajardo, viuda del recientemente fallecido don Enrique Enríquez,1 enterada del alzamiento de su villas de Galera y Orce, dispone que su cuñado Antonio se desplace al lugar e intente por todos los medios convencer a sus vasallos que vuelvan a la normalidad. Y así lo hace Enríquez, que llega a Galera cuando los soldados cristianos se disponen a solucionar el problema “manu militari.

Y aunque promete que no habrá represalias y ofrece su ayuda particular a los cercados, no obtiene resultado positivo alguno. Apela incluso al conocimiento personal que tiene de algunos de ellos, mas las respuestas son cada vez más hostiles. Desde lo alto de la villa surgen voces en contra del enviado, que arrecian conforme pasan los minutos. Desde abajo, los sitiadores, ansiosos de entrar en la pelea por los beneficios que ellos calculan que les va a reportar la victoria -de la que no parecen dudar ni un instante-, se muestran cada vez más inquietos. Un creciente nerviosismo se aprecia en ambos bandos. Los moriscos advierten a Antonio Enríquez que se aparte del lugar, donde su vida comienza correr peligro. Los ánimos se van encrespando hasta el punto de que los capitanes se ven prácticamente impotentes para sujetar a la tropa, que ansía entrar en acción.

El enviado de Baza debe dirigirse a los soldados de Huéscar y prometerles la rendición de los moriscos, influidos en su conducta -según sus apreciaciones- por los forasteros de El Maleh. Pero el irrefrenable empuje de los soldados cristianos se desborda, haciendo caso omiso de las continuas llamadas a la prudencia, tanto de Enríquez como de sus mandos, y de una manera completamente anárquica inician el asalto.

Los primeros momentos son de una fugaz ascensión por las estrechas calles de la villa. Algunos llegan muy cerca del centro neurálgico de la localidad, dando por hecha la victoria. Sin embargo, la confusión es tanta que la tropa, completamente al margen de una disciplina y de un plan de ataque, se ve de pronto rodeada por el enemigo, que ha cortado el río ascendente de soldados. Y al intentar la huida, los cercados disparan a su comodidad sobre los cada instante más despavoridos asaltantes.

Ninguno de los moriscos se atreve a salir del perímetro de la villa por miedo a la intervención de los jinetes. Éstos, a su vez, no pueden participar en la batalla al no serles el terreno propicio por lo empinado y accidentado. Por lo cual, no teniendo sentido continuar, deciden volver a Huéscar.

Humillante debió ser el regreso de los desbaratados soldados, entre los cuales muchos de ellos resultaros heridos. Y de aquí a la represalia no hay más que un paso.

Llegados a la ciudad y enterada la gente del fracaso, surge entre los asistentes la idea de vengar el daño en los moriscos encerrados. Y así se hace. Completamente descontrolada, la masa se dirige al lugar del encierro e intenta entrar en su interior a sangre y a fuego. Como no les es posible, agujerean las puertas y a través de ellas disparan contra los sorprendidos detenidos, que no se explican lo que está ocurriendo. Tras los disparos, que no siempre dan en el blanco, dan fuego al local sin permitir que nadie del interior pueda salir. Los materiales almacenados en la casa prenden pronto y el lugar se convierte en un infierno.

Finalmente, avisado Pecellín, se persona en el lugar e impone el orden tras haber salvado a los moriscos que no han muerto todavía y los lleva a la alcazaba como lugar más seguro para ellos.

Pero el levantamiento, lejos de solucionarse, se agrava con la incorporación a él de los moriscos de Orce a los pocos días de haber ocurrido lo que acabamos de contar de Galera.

Alzada la zona, única que lo lleva a cabo dentro de las tierras de Baza, es necesario el apoyo solicitado por los protagonistas. Y la ayuda no se hace esperar. El propio Jerónimo El Maleh, nombrado por Aben Aboó como general de los ríos de Almería, Alboloduy y Almanzora, sierras de los Filabres y Baza y marquesado del Cenete, sale en la primera decena de diciembre desde Purchena hacia la comarca de Huéscar con unos seis mil hombres de guerra. Llega por Orce, recoge a los moriscos de la villa y los traslada hasta Galera, dejando sin embargo al cuidado del pueblo 200 soldados.

Lo mismo hace con los vecinos de Castilléjar juntando en Galera un considerable contingente que supera las 4000 personas.

El hecho de agrupar en la villa de Galera los sublevados de la zona está explicado por la ubicación tan inaccesible que tenía la población, encaramada sobre un cerro, en principio inexpugnable.

Ese aumento de gente tan rápido exige un avituallamiento que se lleva a cabo con toda celeridad. Víveres, un ingenio para la fabricación de pólvora, el refuerzo de las defensas naturales de la villa, la colocación de traveses en las calles, se disponen con la intención de resistir un asedio más que previsible, a juzgar por las circunstancias. La actividad en esos días debió ser febril, al frente de la cual El Maleh había colocado a un veterano guerrero, de nombre Carvajal o Caracax.

Pero la pieza más codiciada era, sin duda, Huéscar. Con una considerable población, el hecho de conquistarla añadiría un incuestionable prestigio a quien lo consiguiese. Y, además, a un paso del Reino de Murcia, muy poblado de moriscos. Y El Maleh se la juega.

Aposentados en Galera los incondicionales con una infraestructura muy resistente, decide atacar a la cabecera de la comarca por sorpresa. Y lo lleva a cabo durante la noche del 17 al 18 de diciembre, con la intención de caer sobre los descuidados cristianos en las primeras horas de la mañana2. Pero la suerte le vuelve la espalda en forma de fraile dominico que se está revistiendo para decir misa. El monje, sin creerse lo que ven sus ojos, contempla a través de una ventana una increíble fuerza de enemigos armados a punto de saltar sobre la población. Y se lanza la calle despavorido a dar la alarma.

Y otra vez la fortuna sonríe a la casi dormida ciudad. Casi dormida, ya que un grupo de jinetes se dispone a viajar hasta Orce y están armados. El griterío despierta a la ciudad, que reacciona rápidamente ante la inesperada agresión. Los moriscos, que han entrado junto al convento de santo Domingo, han comenzado a saquear las primeras casas y a prenderles fuego. Posiblemente esta pérdida de tiempo fuese providencial para los atacados, que con presteza se organizan. Los socorros van llegando con rapidez, de manera que todos los habitantes se enfrentan al enemigo sabiendo que cualquier debilidad supone la muerte para ellos.

Tras varias horas de combate, los asaltantes, sorprendentemente, tienen que retirarse protegidos por los arcabuceros turcos que los acompañaban y llegan huyendo hasta Galera. Algún cronista3 asegura que a la llegada a la villa se plantea una nueva batalla sin demasiadas consecuencias. Contabilizadas las bajas, suben hasta 400 las de El Maleh y sólo a 5 las de los cristianos4.

Estos resultados y, sobre todo, la derrota de un tan importante contingente de soldados profesionales -aunque sólo fuesen 2000- frente a poco más de una veintena de caballos y unos 200 arcabuceros, amén de los civiles que se sumasen a la defensa, realmente sorprende como decimos antes. Sin embargo, la explicación puede estar en las palabras de Hita que narra que la mañana del asalto, como ya hemos dicho, había preparado un grupo que pretendía “ir a dar una vuelta sobre Galera” (Mármol dice que iban a Orce, recién alzado). En esos momentos les llega la noticia de que Orce se ha sublevado y deciden cambiar los planes y dirigirse a esta última villa. Pero antes de salir van a oír misa a Santa María. Y, felizmente otra vez, se dan dos avisos a la tropa: uno con cajas y trompetería para que se agrupe y un segundo con las campanas de la iglesia para iniciar el Sacrificio.

Los moriscos, que están agazapados esperando el momento oportuno, interpretan tanto alboroto como señal de que los han descubierto, con lo que el factor sorpresa ha fallado y desenfrenadamente abandonan sus posiciones, muy al descubierto, y se refugian en las viñas que rodean Huéscar, pues saben que es un terreno donde los caballos se desenvuelven muy mal. Con lo cual el plan se desbarata y cunde el desorden, que juega en favor de los cristianos hasta conseguir la victoria.

Ebrios por el increíble final, de nuevo se dirigen a las casas de sus convecinos moriscos -por tercera vez en muy pocos días- y esta vez sí consiguen quemarlas y matar a sus propietarios.

A los tres días de lo sucedido, el 21 de noviembre, llegan los socorros de Caravaca, Moratalla y Cehegín, los cuales quiere aprovechar el alcalde mayor para atacar de nuevo a Galera, propuesta que desautoriza el marqués de los Vélez, tras haber sido consultado.

Tres días más tarde, el 24, se escribe una carta en Cazorla para Huéscar, en la que se dan por enterados de lo acontecido en esta ciudad a través de La Puebla. Cuenta que habían preparado infantería y caballería para mandarla en socorro “miercoles o juebes presente”, es decir uno o dos días antes de escribir la carta. Pero, sigue diciendo, “estando a punto de partir se le llego nueva por la via de Castril de como el cerco de esa ciudad se avia levantado y que avian muerto muchos moros y viendo esto su sa enbio a mandar que parase la gente y no saliese de las villas hasta que se tubiese otro aviso de las cosas de esa ciudad y sabido por my esa fuy en casa del marques y su sa me certifico de todo eso”. Continúa comentando que, de haber tenido provisión de Austria, se le podrían haber mandado los mil infantes y doscientos de a caballo, cifra sensiblemente superior a la que pensaban destinar al socorro de Huéscar, y que están preparados en aquel Adelantamiento. Promete que en los días sucesivos el propio Concejo de Cazorla solicitará el permiso necesario para que dichas tropas puedan intervenir en Huéscar en caso de nueva necesidad.

La burocracia, como se ve, tiene una larga tradición.

1 Don Enrique Enríquez de Guzmán y Manrique había sucedido a su padre como IV Señor de las villas de Galera y Orce en 1538, produciéndose su fallecimiento en agosto del fatídico 1569, por lo que no pudo ser testigo de las atrocidades de los meses posteriores. Le siguió, sólo con 9 años, su hijo Don Enrique Enríquez de Guzmán y Fajardo ostentando el título de V Señor, aunque hasta su mayor edad -en febrero de 1578- hubo de tomar su madre, como vemos, las riendas de la Casa y estado de Baza.

2 El número de soldados que planta El Maleh ante Huéscar varía mucho de un historiador a otro. Mármol habla de 5000 hombres, mientras que Hita dice que son 2000.

3 Hita

4 Tampoco aquí los datos coinciden, ya que para Hurtado los muertos de El Maleh son 600 y para Hita pasan de los 1000.

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