GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 95)
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GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 65)
LA EDAD MODERNA
IX. 8h. LA ADMINISTRACIÓN EN EL SETECIENTOS (IV)
Uno de los escribanos que ejercieron su profesión en esta centuria en Galera fue don Lucas Antonio de Morales. Su figura aparece de vez en cuando en la actualidad de la villa por diversos motivos, relacionados o no con su profesión.
El 10 de abril de 1790, por ejemplo, nos enteramos de su nombramiento -nada menos que por el ministro Floridablanca- como Comisario de los caminos de la jurisdicción. Antes del año, en marzo del siguiente, la Real Junta Particular de Comercio designa a nuestro personaje para que estimule entre sus vecinos la plantación de morales y moreras para la producción de seda, que conocía en este momento un considerable auge. El 25 de octubre se abre un expediente contra la actuación de don Lucas al ejercer sus funciones -ahora como subdelegado de la Marina en Galera y Orce- por supuestas irregularidades en el acopio y compra de cáñamos con destino a la Real Armada1, en Cartagena. La conclusión llega a través de una Real Resolución del monarca, a la sazón Carlos III, en virtud de la cual se declara como «buen servidor del rey». Este veredicto será fundamental para el futuro de don Lucas, que tiene grandes aspiraciones como veremos en otro apartado. Por lo pronto, a los pocos meses de esta fecha renuncia a su cargo, que es ocupado por don Juan Francisco López y Sánchez, y unos dos años más tarde es nombrado por la duquesa viuda de Abrantes alcalde de la villa para serlo en el año de 1794.
Eran, por otra parte, buenos tiempos para acceder a la alcaldía. El Pósito estaba a rebosar de existencias, como lo demuestra el acuerdo que se toma el 27 de octubre de 1792 por el cual se pide superior autorización para invertir en obras públicas -reparación y construcción de caminos y puentes sobre todo- el valor de 2000 fanegas de trigo sobrantes. Y así, cualquiera se puede sacrificar sirviendo a los demás desde los puestos más relevantes del Concejo.
No obstante ello, la bonanza económica no parece visitar todos los ámbitos del pueblo, a juzgar por las reclamaciones económicas que efectúan en 1793 y en 1796 el médico y el maestro respectivamente. Sobre todo el último, cómo no, que declara que si no se le aumentan los emolumentos no puede subsistir. De ahí tal vez cierto refrán.
Establecido ya como alcalde, don Lucas Antonio de Morales, con jurisdicción real ordinaria2, propone y crea miñones que los malintencionados verían como una incipiente guardia personal del regidor. El caso es que se nombra a seis de ellos por el plazo de un año para empezar. Los sueldos estarán a cargo de los propios, como es natural. Pues eso faltaba.
Vistas así las cosas, de todo puede pasar en Galera: Un munícipe que va a la cárcel, un Concejo que no obedece a su Alcalde Mayor, un Pósito que está podrido de dinero, un secretario que comienza ascender puestos en la escala social y política, un médico y un maestro que desfallecen por lo corto del salario, la creación de un grupo de soldados con el catalanizante apelativo de «miñones» (minyó)… Todo puede pasar, repetimos. De todo, menos que falte vino. Porque en los primeros días del mes de julio de 1799 llegó a faltar el vino en Galera.
Esta situación nos permite adentrarnos por unos momentos en nuestra historia para interpretarla de una forma entrañablemente irónica.
¿Es comprensible que en la villa se llegue a esta situación? ¿Tan descuidados estaban nuestros alcaldes con sus politiqueos para que el desdichado pueblo sufriese esta insólita carencia del más elemental consuelo de sus humores y de sus estómagos? ¿Hasta dónde íbamos a llegar? ¿Qué pecado había cometido contra Baco este noble pueblo, relacionado con la vid y sus dorados frutos desde hacía miles de años? ¿Acaso estaba condenado a cumplir este terrible penitencia por sus muchos vicios y desvíos?
Calmémonos y analicemos la situación.
Al fin nuestros oficiales del Concejo han comprendido la gravedad de la situación y han convocado sesión. A ella asisten todos. Nadie falta a la histórica reunión: Don Juan Fernández Pérez y don Isidro de las Eras como alcaldes ordinarios. Andrés Tomás Sánchez y Pablo de Rosa en sus cargos de regidores. Los diputados don Pedro Muñoz y Miguel García. Simón Pérez, síndico general e Hilario Candela, que lo es del Común. Un tenso silencio ha caído sobre la sala baja del Pósito, donde parece no haber ni un alma. El escribano, don Juan Francisco López Sánchez ha expuesto con crudeza, sin ambages, la situación: «Se ha acabado el vino, señores»
Haciendo un esfuerzo ímprobo, tras haberse frotado lo ojos concienzudamente, el primero de los alcaldes mentados abre la boca, duda un instante y comienza a hablar con evidente pesadumbre:
«El Sr. Don Juan Fernadez presidente de la junta dixo que por repetidas quexas q. los Sres. rexidores y sindico general y del comun le hizieron presente… por dos o tres vezes ((dos o tres veces que se lo han dicho, Dios mío!) que abia falta del bino en el pueblo…»
Hay un leve murmullo que manifiesta que los asistentes comienzan a asumir su culpa. La mirada grave del escribano hace callar a los indisciplinados. El alcalde, débil como un viejo enfermo, prosigue con un hilo de voz:
«…que se tomara la providencia para que ubiera vino que no faltare en cuia consecuenzia de un acuerdo dispusieron que Matias de Ortega tragese siete o ocho cargas de vino para ponerlo a prevenzion para que no ubiera falta siempre que los cosecheros no quisieran echar…»
Hay un movimiento subterráneo. Bajo la oscuridad que propicia la gran mesa de reuniones juegan los pies de quienes se consideran menos culpables dándose leves pisotones de complicidad. Ni una mueca, ni un gesto delatador de la íntima alegría que sienten los de la oposición ante la evidencia del grave fallo. La voz quebrada del alcalde comienza a manifestar un leve temblor:
«…y quedando poco vino…se pusiera un edicto mandando conparezer a quien aga postura a dcho. abasto en la forma ordinaria rematando en el mexor postor cada arroba de vino siendo de su quenta la conduzion».
Unos están de acuerdo y otros no se conforman con el dictamen La sesión discurre en medio de unas sobrias (nunca mejor dicho) y tensas intervenciones de unos y otros buscando la imposible salida. El tiempo apremia pero no se atisba la luz. Finalmente, en un arranque de sinceridad, el síndico general Simón Pérez declara «… que estando en su casa pasaban honbres y niños dando vozes q. adonde se echaba vino y pudiera de esto resultar algun levantamiento u otra cosa semejante y por este fin paso a las casas de dcho. Sr. alcalde don Juan Fernandez Perez como presidente de la junta a dar la quexa de la falta del vino.»
El argumento es demoledor. Un escalofrío de miedo se instala en todos los asistentes. Nada más lejos de sus voluntades que una asonada en la villa. Además de su prestigio, podría peligrar incluso la integridad física de todos y cada uno de ellos, como únicos responsables del desaguisado. A esta manifestación se une la del síndico personero del común que ya no puede aguantar más y confiesa que
«… estando en la esquina de don Marzelino pasaban muchos diziendo que no era justo en semejantes noches estuviera el pueblo sin vino y entonces fue en casa de Simon Perez para q. anbos fueran en casa del señor alcalde para que remediara el asunto como asi se efectuo y alli dispusieron el dezirle a Mathias de ortega que tragera vino para tenerlo a prevenzion»
Hay por la sala de sesiones un múltiple crujido de escaños, que responde al movimiento liberador de los munícipes. Una ostensible laxitud invade inopinadamente los músculos y las sonrisas y los resoplidos de alivio se multiplican. Se ha resuelto el Orden del Día favorablemente al vecindario.
«Con lo que se concluio este cavildo y assi mismo se manda q. en el dia de oi se fixe edicto llamando por el a las perssonas q. quieran azer postura a dcho. abasto y tanbien a la venta por menor en el estanco aperzibiendo su rremate para el dia veintizinco del presente mes…»
1 Piénsese que esta fibra textil era imprescindible para la elaboración de todo tipo de cordajes, e incluso velas, con que estaban equipados los barcos de la época. El cáñamo, como lo veremos en el apartado correspondiente, era un cultivo que tenía un tratamiento especial por parte de las autoridades por lo que esta producción dependía administrativamente del Ministerio de Marina.
2 Que nadie de la realeza se la adjudicó, sino él mismo en el afán de trepar que lo caracterizaba.