GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 95)
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SE ME HA OCURRIDO QUE HOY, 7 DE FEBRERO DE 2021
SE ME HA OCURRIDO QUE HOY, 7 DE FEBRERO DE 2021, FECHA EN QUE SE CUMPLEN 451 AÑOS DE LA ENTRADA DE DON DE JUAN DE AUTRIA A GALERA TRAS MÁS DE DOS MESES DE ASEDIO –EN EL CUAL HABÍA INTERVENIDIO INFRUCTUOSAMENTE EL SEGUNDO MARQUÉS DE LOS VÉLEZ, DON LUIS FAJARDO- PODÍA OFRECER A LOS LECTORES CURIOSOS POR LA HISTORIA DE GALERA UN FRAGMENTO DEL LIBRO TITULADO “GALERA. TREINTA Y CINCO SIGLOS DE HISTORIA”, PUBLICADA EL 30 DE JULIO DE 2000 POR JESÚS FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ Y QUIEN SUSCRIBE, JESÚS MARÍA GARCÍA RODRÍGUEZ.
ÉSTA ES UNA PARTE DEL CAPÍTULO VIII, TITULADO “LA EDAD MODERNA”.
VIII.4 “… DIOS TE ME GUARDE DE MAL” 7 de febrero, lunes1.
La costumbre de la época era que el día de la batalla decisiva los participantes en ella luciesen sus mejores galas. Y así se presenta don Juan de Austria ante el campo, siendo imitado por todos los demás, que se visten el traje de guerra.
Se ordena que cada unidad, de infantería, de caballería o de artillería, ocupe su puesto. Todo se ha preparado minuciosamente, queriendo evitar con ello un descalabro como el sufrido el día 27 que, como vemos, ya ha trascendido a toda España. Todos son conscientes de la importancia de este asalto. En esta acción se decide el curso de la guerra, que ya dura más de un año. También se decide la vida o la muerte de cada uno de los varios miles de participantes. De obtener uno u otro resultado, dependerá, de la misma manera, el prestigio o el desprestigio de los mandos. Inclusión hecha de Su Excelencia.
Siguiendo el plan establecido, se ordena prender fuego a las cuerdas que van directamente a los fogones de las minas, desde cuyo punto se producirá el estallido en que tantas esperanzas se han puesto.
Las cuerdas que a tal efecto se utilizan, están impregnadas de sustancias que las hacen arder con cierta rapidez: resina y pez generalmente.
En el momento en que se han prendido las mechas se produce en todo el campamento un terrible silencio. Se ha alcanzado el clímax.
A lo largo de veinte días la tensión se ha ido incrementando y en los protagonistas del hecho ha tocado la cúspide. Pasan los minutos y no hay efecto alguno. “todo el campo aguardaba ver el efecto con tanto silencio y suspensión, como si allí no hubiera gente ninguna”.
Pero han de pasar unos minutos más. Hasta siete u ocho.
Finalmente, la carga hace el efecto que se espera de ella y una mina, una sola, estalla. La confusión se propaga entre todos y cada uno de los asaltantes. El fallo trastoca el plan. La subida a la villa cercada no se ha facilitado en absoluto. Antes al contrario, al haber arrancado parte de la roca, ésta ha quedado como se si hubiese cortado verticalmente formando una inaccesible pared. La explosión ha volado parte de la peña, de la muralla y del castillo, pero sin causar bajas en los moriscos, que se habían retirado del lugar previendo la explosión. Ante esta situación, don Juan manda que comience la artillería a disparar, tal y como estaba previsto. Y así se hace.
Al mando de la batería de El Real están Bernardino de Villalta y Alonso de Benavides. Desde esta posición se baten el castillo y “las casas que se descubrían de un cerro algo relevado que está á la parte de poniente”. Don Luis de Ayala hace lo propio desde su batería, ubicada en el cerro de La Venta. Por su parte, don Diego de Leiva dispara desde un punto situado al norte, que no está bien determinado, pudiendo ser desde el cerro de San Gregorio. Una cuarta posición artillera, la de don Francisco de Molina, hace su efecto desde las eras.
Mientras la artillería bate, don Juan reúne a su Consejo para decidir qué se va a hacer con la mina que no ha resultado. Se ignora si por la explosión de la primera se ha inutilizado el dispositivo de ignición de la segunda. Con rapidez se acuerda enviar un grupo de expertos para examinar en qué condiciones se encuentra. Los comisionados analizan el fogón y comprueban que no ha sufrido alteración alguna. La nueva se comunica al Consejo y éste ordena que, de inmediato, se dispare la carga subterránea. Y así se ejecuta.
Tras la tremenda detonación, a cuyo efecto voló otra parte de la muralla y lo que quedaba del castillo, se comprueba con decepción que “la peña se hendió de arriba abajo, quedando recta y más fuerte que estaba de antes, pareciendo ser el lienzo una robusta muralla, hecho por industria para la defensa del lugar… y así blasfemaban de las minas y del inventor dellas”.
Una única satisfacción les queda: con esta nueva explosión mueren unos cincuenta defensores puesto que no esperaban que hubiese una segunda mina, tal y como había acontecido la primera vez. El pánico entre los moriscos es tan grande que abandonan el lugar a su suerte, horrorizados por la terrible sorpresa que han experimentado.
Y éste va a ser el hecho decisivo.
Entre las rocas inmediatas se había guarecido un capitán cristiano a la esperar del desarrollo de los sucesos. Una vez disipada la polvareda observa que, aunque difícil de acceder arriba, se ofrece una oportunidad única en las tres semanas de asedio y es que por primera vez el lugar está abandonado, por las circunstancias que hemos apuntado anteriormente.
Animado por esta ocasión que le ofrece la fortuna, escala entre los peñascos el trecho que lo separa de la cima y consigue acceder a ella. Una vez arriba, se apodera de “una bandera grande colorada” que hay en lo alto de uno de los pequeños torreones que quedan del castillo y rápidamente baja con ella. Lasarte, que así se llama el militar según nos lo dicen Hita y Mármol, muestra su trofeo a los demás soldados, contándoles que el paso a la villa está franco.
Bastan unos momentos para que se pase de la decepción más profunda al ánimo más exaltado. En instantes la soldadesca inicia el ascenso por el lugar señalado como si fuese un turbión de gritos. Las voces consiguen el efecto deseado, por lo que inmediatamente los soldados que están en las trincheras abandonan sus puestos y se lanzan igualmente a la subida.
Los sitiados se dan cuenta de lo que sucede, advirtiendo muy tarde el error que han cometido. Y se disponen a rechazar al enemigo yendo decididamente al lugar por donde van entrando soldados a decenas. Sin embargo, y prácticamente a la misma hora en que se está produciendo la invasión por la parte del castillo, don Pedro de Padilla da la orden de asalto a sus soldados, que entran a raudales por poniente.
O tal vez no fuera exactamente así, ya que los soldados de las eras, viendo lo que ocurre arriba y que sus compañeros van a ser los primeros en entrar en la villa, comienzan a desesperarse porque no se les da la orden de ataque. Entre el ejército se había comentado con insistencia que Galera atesoraba un considerable botín de todo género y nadie estaba dispuesto a ser el último en llegar arriba y beneficiarse de ello. Y así, mientras por la parte de popa se pelea ya cuerpo a cuerpo -donde las mujeres y los niños participaban furiosamente- en el Tercio de Nápoles cunde el desasosiego hasta hacerse poco a poco irrefrenable. Los oficiales, muy advertidos por don Juan de Austria, pretenden calmar los ánimos de sus subordinados. Pero el efecto es el contrario. Y nuevamente los más exaltados, como una tropa deficientemente adiestrada, hacen caso omiso de las instrucciones que se les están dando y se lanzan hacia arriba en un incontrolable impulso. De nada han valido las exhortaciones, ni los ruegos, ni las órdenes, ni las amenazas de sus sargentos, alféreces, capitanes. Ni siquiera el que dichos mandos “desnudaron las espadas y principiaron á castigarlos repartiendo cuchilladas; pero ni lo uno ni lo otro fue bastante para detenerlos ni hacerles mudar de propósito”.
Los sublevados se ven desbordados por todos sitios. No pueden atender al elevado número de asaltantes, que se va incrementando conforme pasan los minutos. Y se llega al cuerpo a cuerpo. En un último y supremo esfuerzo, los asediados cargan contra quienes suben por la popa y les hacen retroceder unos metros. Pero la presión cristiana es tan fuerte y tan generalizada que poco a poco vuelven a ceder terreno. Mientras, para que no haya posibilidad de escapar, la caballería, según se había previsto, rodea por completo el perímetro de la villa.
“y horadando los techos de las casas con maderos, los arcabuceaban y se las hacían desamparar, y les fueron ganando la villa palmo a palmo, hasta acorralar más de dos mil moros en aquella placeta que dijimos. Recogiéronse algunos en una casa pensando darse á partido; mas todos fueron muertos, porque aunque se rendían, no quiso don Juan de Austria que diesen vida á ninguno; y todas las calles, casas y plazas estaban llenas de cuerpos de moros muertos, que pasaron de dos mil y cuatrocientos hombres de pelea los que perecieron á cuchillo en este día”.
Una especie de locura colectiva se ha adueñado de los actores en este trágico acto final, que se ha iniciado a las ocho de la mañana y no concluye hasta nueve horas más tarde. Hasta don Juan ha participado en el asalto, tal vez enfervorizado con el ambiente, según dice Hita:
“Viendo el señor don Juan á sus escuadrones tan empeñados en aquella peligrosa lid, y temiendo que aflojara su valor… dejando con ánimo esforzado su puesto de general, fué á la muralla… decidido á subir donde estaban los suyos peleando, sin que nadie fuera parte para impedírselo; mas estando ya al principio de la cuesta, de enmedio de la confusa pelea, salió desmandada una bala, ó bien fuera tirada por industria al resplandor del hermoso y luciente peto, la cual dió en un costado de Su Excelencia, haciéndole una grande abolladura”.
Por su parte, Mármol relata así los hechos:
“Mientras se peleaba en la villa, andaba don Juan de Austria rodeandola por defuera con la caballeria; y como algunos soldados, dejando peleando a sus compañeros, saliesen a poner cobro en las moras que habian captivado, mandaba a los escuderos que se las matasen; los cuales mataron mas de cuatrocientas mujeres y niños; y no pararan hasta acabarlas a todas, si las quejas de los soldados a quien se quitaba el premio de la vitoria, no le moviera; mas esto fue cuando se entendio que la villa estaba ya por nosotros, y no quiso que se perdonase a varon que pasase de doce años: tanto le crecia la ira, pensando en el daño que aquellos herejes habian hecho, sin jamas haberse querido humillar a pedir partido; y ansi hizo matar muchos en su presencia a los alabarderos de su guardia. Fueron las mujeres y criaturas que acertaron a quedar con las vidas cuatro mil y quinientas, asi de Galera como de las villas de Orce y Castilleja y de otras partes”.
Hita, que durante todo su relato está constantemente en la parte ideológica del bando cristiano -como es lógico por otra parte- hace un comentario muy significativo cuando concluye su narración de los hechos acontecidos en Galera, una vez ha caído la villa en manos de Austria a un precio tan alto de sangre:
“Se usó de tanto rigor y severidad con las mujeres y criaturas, que me parece se llevó el estrago mucho más allá de lo que permitía la justicia y era propio de la misericordia de gente española, que siempre se señaló hasta en favor de los bárbaros; no hubo piedad para ninguno, alcanzando la muerte no sólo á las mujeres, sino también á las criaturas bautizadas”.
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Por parte cristiana las bajas, siendo numerosas, son muy inferiores a las habidas en los alzados: más de doscientos muertos y más de quinientos heridos. Entre esos muertos se halla un número de mandos tan alto que hasta ahora no se había alcanzado en ningún momento de esta cruel guerra.
El saqueo que se sucede a continuación da lugar a un sustancioso botín de esclavos, “trigo y cebada que bastara para sustento de un año”, así como “rico despojo de seda, oro, aljófar y otras cosas de precio que se aplicaron (capitanes y soldados) para sí”.
Pero el delito de lesa majestad -comparable al que hoy calificaríamos como contra la seguridad del Estado- en que habían incurrido los sublevados no se pagaba sólo con las vidas. Había que dar un ejemplo para que el miedo cundiese entre los que aún estaban alzados y depusiesen su actitud ante lo que había ocurrido en Galera. Por lo tanto, lo que queda en pie del pueblo se arrasa, se le prende fuego y se siembra de sal como el gesto más elocuente de que la maldición que ha caído sobre él68. Y para que no vuelva a suceder y a nadie se le olvide, se decreta que nunca más se alcen viviendas en el lugar que se acaba de destruir.
Durante seis días más permanecieron las tropas en la villa, ya que al siguiente de su toma, contrariamente a lo que había sucedido en las semanas precedentes, llovió y nevó copiosamente sobre la comarca. Ello hacía imposible sacar de ella toda la impedimenta hasta que el tiempo y los caminos mejorasen. En este plazo la soldadesca se repartió el botín y se acabó por derruir lo que había quedado de muralla.
La noticia de la caída de Galera se conoció inmediatamente en toda España, donde causó el consiguiente júbilo. No en vano gran parte de la juventud de la nobleza española había participado en esta acción junto con el príncipe. Hay constancia, por ejemplo, de haber llegado la novedad a Italia antes que a muchas importantes ciudades españolas.
El suceso debió ser recordado durante bastantes años y Calderón de la Barca lo utiliza, junto con otros del Reino de Granada, para escribir un drama titulado Amar después de la muerte. La obra se inspira en los amores que mantienen El Tuzaní y La Maleha -hermana del capitán morisco que levanta Galera a la rebelión-. Ambos personajes aparecen en la parte novelada de la crónica de Hita, al igual que muchos otros de carácter ficticio. Curiosamente, Calderón comete un error geográfico, ubicando Galera en Las Alpujarras.
También en los romances populares suena el nombre de Galera a cuenta de la tragedia que en ella se ha vivido. Uno de ellos narra la escena en que Muza sostiene entre los brazos a su amigo, el joven Maestre de Calatrava, que se desangra por unas heridas recibidas. El primero se lamenta así: “Cuán desdichado fue el día / que yo salí de Granada a socorrer a Galera, / que nunca en Galera entrara, /pues tanto mejor me fuera /no estar con el Rey en gracia / que ver morir en mis braços tal amigo y tal espada”
Por lo que se refiere a los supervivientes fueron trasladados, junto con otros de Huéscar, Orce y Castilléjar a La Mancha en calidad de esclavos generalmente. Durante unos años Galera va a quedar despoblada después de más de tres mil años de ocupación permanente.
Ginés de Pérez de Hita, siguiendo su costumbre de concluir cada uno de los capítulos de su obra con un romance que resume lo narrado, se contagia de la tristeza que la situación de la villa y sus habitantes debieron producirle y así lo expresa:
Mastredajes marineros / De Huéscar y otro lugar / Han armado una Galera / Que no la hay tal en el mar. / No tiene velas, ni remos, / Y navega y hace mal; / El castillo de la popa / Tiene muy bien que mirar. / La carena es una peña /Muy fuerte para espantar. /Quien pudo galafatearla, / Bien sabe galafatear. /No lleva estopa, ni brea, / Y el agua no puede entrar / Sino por escotillón /Hecho á costa principal. / Marinero que la rige / Sarracino es natural, / Criado acá en nuestra España / Para su mal y nuestro mal. / Abenhozmín ha por nombre, / Y es hombre de gran caudal. / Confiado en su Galera / Va diciendo este cantar: /”Galera, la mi Galera, / Dios te me guarde de mal, / De los peligros del mundo / Y del príncipe don Juan, / Y de su gente española, / Que te viene á conquistar. / Si deste golfo me sacas / Delante pienso pasar / A la vuelta de Toledo, / Madrid y el Escurial; el Pardo y Aranjuez / Los presumo visitar / Y llegar á las Asturias, / Do otra vez pudo llegar / Abenhozmín mi pasado, / Que vino de allende el mar, / Y poseyó las Españas / Casi mil años, o más”. / Estas palabras diciendo / La Galera fue a encallar; / No puede ir adelante, / Ni puede volver atrás. / Cristianos la rodearon / Por haberla de tomar; / Toda es gente belicosa, / Con ellos el gran don Juan. / Comienzan de combatirla, / Y ella quiere pelear / Sin darse á ningún partido / Antes quiere allí acabar. / Fuertemente la combate / El de Austria sin la dejar; / Con cañones reforzados / Comienza á cañonear. / Poco vale combatirla, / Que es fuerte para espantar, / Hasta que le arrojan dentro / Pólvora, fuego, alquitrán, / Con que le dan cruda guerra / Y al fin la hacen volar. / Así acabó esta Galera / Sin poder más navegar.
1 POR UN ERROR QUE SIEMPRE APARECERÁ EN EL LIBRO REFERIDO, DECIMOS QUE EL ASALTO DE GALERA, EL 7 DE FEBERO DE 1570, ERA LUNES, CUANDO EN REALIDAD SE TRATABA DEL MARTES DE “CARNESTOLENDAS”