V.1. LA CIUDAD IBÉRICA DE TÚTUGI

En torno a los siglos -VIII y -VII, se ha producido en El Real una especial amalgama entre las tradiciones prehistóricas de El Argar y las nuevas corrientes que proceden del Mediterráneo vía fenicios. Destacadísimas aportaciones tecnológicas (aparición del hierro, uso del torno rápido), agrícolas (adopción de nuevas especies y sistemas de cultivos), comerciales (utilización de la moneda), políticas (nuevos conceptos y relaciones) y religiosas (otras deidades, incineración de los muertos, etc.) vienen en las caravanas de los comerciantes. Estos, cada vez con más frecuencia, se introducen en el interior del Sureste, procedentes de las colonias que, más o menos alejadas de nuestro territorio, han establecido en las costas.

Hacia el siglo -V, aunque algo tardíamente, surge en el horizonte del Mediterráneo otro pueblo comerciante, los griegos, que, con un bagaje cultural muy superior a los fenicios, dejará igualmente su impronta en la realidad que es ya la Cultura Ibérica. Su área de expansión se extiende por toda la fachada levantina, penetrando en algunas regiones bastantes kilómetros hacia el interior.

El cerro de El Real y toda su área de influencia, entendiendo por ella prácticamente la totalidad de la comarca, experimenta una especie de explosión demográfica alentada por las mejoras que aún son patentes entre sus restos arqueológicos.

No conocemos el perímetro del núcleo principal de población por falta de excavaciones, pero los indicios nos autorizan a suponer una extensa superficie, que debía abarcar la totalidad del área superior de la colina, así como la del cerro que hay inmediatamente a Levante, donde es posible que se estableciese muy tempranamente -tal vez en el siglo VII a. C.- una especie de barrio de alguna forma especialmente relacionado con los comerciantes fenicios. De una manera más dispersa, la población ibérica se fue extendiendo por casi todos los actuales términos municipales en forma de pequeños asentamientos, a excepción del ubicado en el paraje de Casa Vieja (Puebla de don Fadrique), que se podría tratar de un poblado de considerable envergadura relacionado tal vez con un santuario establecido en sus inmediaciones.

Además de las cerámicas características y otros tipos de restos de esta cultura, en El Real se pueden observar en superficie vestigios de una fortificación, en la parte superior de la ladera de Levante. Ésta se compone de una serie de sillares sumariamente labrados, merecedores de considerarse ciclópeos, que constituirían el cierre de uno de los flancos más accesibles del poblado, a través de la cañada de La Encantada.

También pétreos son los materiales que se conservan en la Casa Consistorial -que compondrían el ara de algún altar prerromano-, los cuales presentan un cuidadoso trabajo de cantería, así como la presencia en la esquina de algunos -formando parte del propio sillar- de unas columnas de fuste estriado y capitel muy arcaico. Es visible en algunos de ellos la presencia de la cola de milano, elemento de fijación de las piezas muy característico.

Pero si los datos que en la actualidad tenemos de la ciudad ibérica -cuyo nombre, Tútugi, aparece en lápidas de factura romana unos siglos después de éstos a los que ahora nos referimos- los referentes a su necrópolis son absolutamente espectaculares por la cantidad y por la calidad.

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