Corrían los primeros años ochenta y el Ayuntamiento de Galera –uno de los primeros de la época democrática, siendo alcalde D. Andrés Fernández Castellar y concejal de Fiestas D. José García García, autor de esta iniciativa que tanto éxito iba a tener tanto en el pueblo como entre los vecinos de la comarca – organizó la noche del “segundo día de pascua” una novedosa idea consistente en invitar a los vecinos a cocinar en la plaza mayor de la villa las tradicionales migas de harina, que tanta hambre habían quitado a nuestros antepasados en tiempos difíciles.

La propuesta fue acogida entusiásticamente por los vecinos del pueblo y el éxito se difundió rápidamente entre nuestros pueblos comarcanos.

Con el paso de sólo dos o tres años, la plaza de Galera se llenó de hogueras –los últimos años se han contabilizado hasta cincuenta por no haber más espacio físico para más- en torno a las cuales los más afamados “migueros” y “migueras” de todo el altiplano norte de la provincia se esforzaban para ofrecer lo mejor del centenario plato a sus compañeros de grupo o a los viandantes que por allí merodeaban.

El Ayuntamiento ponía a disposición de los cada vez más numerosos grupos de amigos los ingredientes de la tradición: harina de trigo, aceite, chorizo o similar, vino de la tierra –siempre Galera ha producido afamados mostos en toda la demarcación- y leña. Y como si de un jubiloso incendio se tratase, las migas de la noche del 26 de diciembre de Galera se establecieron en el imaginario popular como una ceremonia ancestral.

Pese al humo, pese a los vientos helados del norte, pese a la lluvia, pese a la nieve algún que otro año.

Y este año, una vez más, el rito se ha consumado. Más de cincuenta peñas de amigos han desafiado a la prudencia y a los sugestivos gritos de la molicie, que aconsejan quedarse en el brasero, y se han sumergido en el frío de la noche decembrina, en el irrespirable ambiente repleto de humo -pero de humo bueno, ojo- y han señalado una vez más fecha: el 26 de diciembre, migas en Galera.

Así sea.