GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 95)
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015. DESCRIPCIÓN, POR ORDEN GEOGRÁFICO, DE LAS SEPULTURAS DE LA NECRÓPOLI DE TÚTUGI Y DE SUS AJUARES RESPECTIVOS.
XV
Sepulturas 64 a 67.- En la pequeña estribación en cuya cima se construyeron los túmulos que en breve describiremos, aunque sea incompletamente, se hizo una gran era, y muy probablemente para tal obra se destruirían algunos de los túmulos que se alzaron en su: área. No cabe alguna duda sobre que se desbarató el que tiene el número 67, porque impedía el acceso a pie llano a la era, y también perdió su terminación cónica el 65.
Se ignora cuándo fue expoliado el que figura en el plano con el número 66, que se ve más allá de la era y sobre la cueva del Duende, uno de los monumentos funerarios quizá de mayor importancia de esta necrópoli. Nos Fundamos para esta última suposición en haber sido elegido como cantera para la fábrica de harinas que los hermanos Molina han hecho al lado del puente de Galera, cuyos cimientos, las paredes, hasta altura de más de un metro, y las esquinas del edificio se levantaron con simétricos y completos sillares procedentes de la cámara funeraria y callejón del mismo.
La sepultura 64 la excavó el cuevero Justo, probablemente con escaso resultado para él, porque se veían algunos fragmentos de cerámica, de rotura moderna, esparcidos por las inmediaciones. Conviene advertir que tanto este excavador como los otros rebuscadores de tesoros despreciaron siempre los objetos de barro que hallaban rotos, y no siendo los grandes vasos griegos, por muy curiosos que parecieran, los abandonaban.
Insinuamos de paso antes que la parte superior cónica del túmulo 65 fue cortada al hacer la era. Por dicha circunstancia se deduce que esa sepultura estaba dentro del perímetro de la misma, hacia una esquina, y, por consiguiente, su hallazgo fue en extremo difícil y laborioso, porque ningún accidente del terreno la delataba, y se realizó al azar, abriendo una serie de zanjas por toda la superficie de la zona reservada para la trilla de mieses.
La cámara funeraria de este túmulo (lámina VI-I) tiene planta de forma cuadrilátera, midiendo 1,27 metros el lado del fondo y 1,47 el lateral derecho; su callejón de acceso, orientado al Suroeste, es de 4,08 metros por 0,60 de anchura. Las paredes de ella son las propias de la cavidad artificial, revocadas de yeso y con un pequeño zócalos de color rojo.
A distancia de dos metros, a partir del principio del callejón, encontramos un muro de toscas piedras, de 90 centímetros de altura por unos 80 de espesor, que servía para cerrar la cámara. Esta se cubría aún, en parte, por lajas de piedra de 20 a 63 centímetros de anchura y a 1,27 metros sobre el nivel del recinto interior funerario.
Una novedad nos ofrece la cámara de este túmulo, y consiste en haberse descubierto en el lado derecho un banco con una especie de rinconera, como puede apreciarse en la lámina citada, todo ello revocado de yeso, midiendo 35 centímetros de ancho, por 16,43 y 29 de altura.
Este sepulcro guardaba el ajuar y restos humanos de tres individuos. El depósito fúnebre más antiguo colocóse casi en el fondo de la cámara, desde el centro de ella hacia la izquierda, y se componía de las siguientes piezas: una urna cineraria en estado muy fragmentario, y por tanto, de forma indeterminada, conteniendo huesos humanos, envueltos en filamentos de cáñamo ya elaborado, cuentecillas de collar de vidrio azul y una anilla de hierro; tres platos; de forma común de I4 a 16 centímetros de diámetro, y una vasija pintada, de 27 centímetros de altura, con líneas circulares, semicírculos concéntricos y zis-zás. De asa le servían dos apéndices a modo de orejeras. El segundo ajuar se depositó en el rincón del fondo de la derecha y en la rinconera del banco, sobre un lecho de 13 a 23 centímetros de altura, todo él de fina arenilla de color rojizo, que los naturales del país llaman salegón, tierra, por cierto, mortífera para la cerámica indígena, la cual a su contacto se descompone en láminas verticales, y a esa causa se debe que todos los objetos de barro de la sepultura que describimos, a excepción de un plato campaniano, se han convertido en montecillos de esquirlas. Dicho nivel de arena se ha ido formando lentamente por las filtraciones de las junturas de las losas que recubren el techo de la cámara.
Formaban parte de este segundo ajuar: un vaso de barro rojo, de forma cilíndrica y con gollete, de 18 por 10 centímetros; un puchero de color oscuro, que mide 11 por 10 centímetros; una urna cineraria, del tipo más frecuente en esta necrópoli, de 21 por 13 centímetros, que encerraba los restos humanos envueltos en hebras de cáñamo, unas en su color natural y otras teñidas con tinte carminoso; un plato sir‘viendo de tapadera a la urna anterior; otra pequeña orcita cubierta con un plato negro campaniano, en cuyo interior se ven estampaciones de postas y cuatro palmetas; un cacharrillo de cuello estrecho y boca diminuta, hecho de barro oscuro, en el que se encontró una lámina de cobre retorcido, de 7 por 5 íd., y un plato que se puso en un plano muy inclinado, producido éste por la fractura de la rinconera del banco. Del ajuar tercero hemos de reseñar: la urna cineraria con restos humanos, que apareció rota en dos mitades en el callejón de entrada al iniciarse la cámara, y era de forma esférica; una especie de jarrón, de 24 centímetros de altura y corte elíptico, pintado todo él de rojo, de un modelo tan especial, que idéntico al mismo no se ha hallado otro en la necrópoli de Tútugi, y una tapadera, de 14 centímetros de diámetro, con rarísimo apéndice superior a modo de un capullo de granada. En la lámina XVI se reproducen dos formas de urnas (números 30 y 39) procedentes del ajuar de esta cámara.
En época distinta de la actual, quizá bajo la dominación romana, esta sepultura, como la inmensa mayoría de sus similares en la misma necrópoli, quizá no fueran saqueadas en busca de tesoros, como en los días de los árabes, pero sí es cuando más sufrieron, porque se las despojó de casi todas sus cubiertas, para utilizar en otras obras las grandes lajas que las formaban.