GALERA TREINTA Y CINCO SIEGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 96)
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GALERA TREINTA Y CINCO SIGLOS DE HISTORIA (Capítulo nº 30)
IX. LA EDAD MODERNA
REBELIÓN (III)
VIII.2. ENERO A OCTUBRE DE 1569
Una aproximación documental a la Galera de este crucial período de su historia, nos daría una visión más ajustada a la realidad. Naturalmente, si algún documento se custodiaba en Concejo de la villa -que, aunque morisca en su casi absoluta totalidad, se regía por la normativa cristiana- desaparecería en la guerra que se está fraguando. No obstante ello, se conservan datos sobre los vecinos de la localidad, que deben ser muy cercanos a los que podíamos encontrar en cualquiera de estos meses.
Para empezar, recordemos que el pueblo se sitúa en el cerro de la Virgen de la Cabeza. Las casas -nunca se habla de la presencia de cuevas en estos años ni en los posteriores- cubrían toda la superficie habitable de la colina. Aún en la actualidad se pueden ver restos de ellas, tanto en su cara de Levante como en la de Poniente. Precisamente en esta ladera, por ser hacia el centro menos pronunciada, se prolongaba el pueblo casi hasta abajo, a muy pocos pasos -unos sesenta- de la iglesia.
D. Marcelino Fernández hace esta descripción del casco urbano de aquella Galera, que iba a desaparecer violentamente en un solo día:
“Hemos de suponer que el dicho cerro tiene tres cintos de peñas… El primer cinto está en la falda o fimbria del mismo, donde en sus tiempos fundaron en lo alto del dicho cinto la muralla, no con pulidez ni fortaleza, porque estaba fabricada de yeso y piedra y el valor se lo daba la misma peña natural. A los cien pasos subiendo desde el río por la parte de Poniente se encontraba la puerta de la Villa, que era un portón de dos hojas forradas de hierro, que hoy permanece en la ciudad de Huéscar por trofeo de sus ganadores. Y en la parte correspondiente que hoy llamamos Cuesta de los Baños o la Huerta del Barranco, había otra puerta aunque no tan grande, pero tan fuerte, y pasaba junto a ella el camino de Huéscar que iba a Cúllar y subía el ramblizo arriba referido. Por la parte del Mediodía, en la muralla referida, había un postiguillo por donde los moros se gobernaban saliendo por él a cuidar las tierras de secano… de suerte que este lugar estaba gobernado con estas tres puertas. La del poniente gobernaba la gente de aquel barrio y la del Oriente la del otro barrio… Desde la referida muralla hasta el segundo cinto de peñas estaba todo el pecho del pueblo del cerro que había arriba poblado de casas… y en este ámbito no había sino es una calle por medio que gobernaba dos barrios que formaba por una y otra banda; y esta dicha calle corría la misma tierra que la dicha muralla todo el contorno del cerro, con advertencia de que las casas eran muy pocas las que tenían tejados, pues los más eran terrados; y como los barrios tenían el pecho arriba, los cimientos de unas casas eran tejados de las otras; y la dicha calle subía el cerro arriba por su longitud de Norte a Mediodía, pero muy angosta. El dicho cinto de piedras estaba encima de este barrio y en lo alto de él estaba fabricada otra muralla con sus torreones, aunque bastos, hechos también de piedra y yeso, pero tan fuerte que hoy permanecen sin haberlos destruido los tiempos, la gente ni los ganados. Encima de la dicha muralla había sus paseos y sus descansos y las casas contiguas a el paso y a la calle y el barrio de enfrente arrimado al pie del tercer cinto de piedras; y de esta suerte corría la dicha calle lo mismo que la del primer barrio. El tercer cinto de piedras coronaba la eminencia del cerro, y allí se encontraban algunas casas con tejados y hemos de suponer que en medio de dicho cinto la misma naturaleza crió una vaga que parte en todo lo eminente dicho cerro y en esta vaga estaba la plaza de armas toda sotanada con un grande aljibe, y hacia la parte del Norte desde ahí iban bajando en disminución las peñas del cinto y así mismo las casas que estaban fundadas sobre ellas y una calle angosta por medio, y desde la plaza de armas hasta Mediodía va subiendo el cinto y un cabezo de peñas que supedita a todo el cerro y se iguala con las cumbres y cerros circunvecinos que miran al Mediodía, y en lo alto del dicho cinto de peñas estaba fundada la tercera muralla con sus torreones, paseos y descansos como las dos murallas de abajo dichas, pero en lo eminente del cabezo de peñas… había un pequeño castillo fabricado de argamasa u hormigón que al parecer era más antiguo que la población de la Villa; el grueso de sus paredes tienen vara y media en los cimientos del dicho castillo; había un aljibe de ocho varas de ancho en cuadro para recoger el agua llovediza para el gobierno de aquel barrio, el que parte de él tengo registrado por el motivo de obrar el aumento de una ermita con el título de la Cabeza el año 1732, cuya ermita está en el mismo sitio del castillo y contiguo a él como tres varas encontré una alberca pequeña, nueva como si estuviera acabada de fabricar, que al parecer servía para bañarse. Fuera del castillo, entremedias de la muralla y de dicho castillo, había una pared, también de hormigón, del grueso de dos tercias de ancho, que servía de cerca al castillo, y partía dos calles alrededor de él, pues yo mandé derribar un lienzo de dicha pared para hacer calle que sirviera a la procesión de Ntra. Sra. de la Cabeza. En el cortado del cerro que mira al Poniente hay dos valles o ramblizos que bajan desde lo alto del cerro hasta lo llano de las eras, que de ancho y hondo tendrán 200 pasos, por donde tenían sus conductos en las casas y desaguaban las aguas inmundas o iban a estancarse a un foso que tenían hecho fuera de la muralla muy cerca de la iglesia, el cual foso habían hecho después de la rebelión…Para que la gente de la Villa se mantuviera de agua, antes del rebelión tenían hecha una mina secreta, la cual principiaba en la proa del cerro mirando al Norte por el costado de Poniente, la cual tiene su principio encima del segundo cinto de peñas, junto al pie del tercero, que hoy permanece y taladra el dicho costado del cerro con bastante capacidad para subir y bajar a el río de Orce, y la salida de dicha mina viene a dar a el pie del primer cinto de peñas, orilla del río. Por esta parte se proveían de agua y tenían la suficiente con la de los aljibes cuando la Villa estaba en paz”
Pero, a partir del alzamiento y de superpoblarse la villa por la venida de los moriscos de Orce, de Castilléjar y de Huéscar, se llevan a cabo obras de acondicionamiento, que Fernández las describe de esta manera:
“… y por el concurso de tanta gente como había dentro de la Villa y con el cerco de los cristianos y continuados combates no podían a la hora que les parecía bajar a tomar el agua por la mina referida, determinaron de hacer un pozo de agua manantial encima de la primera muralla, entre la puerta de la Villa y la salida de la mina a el río, que hoy comúnmente se llama Pozo de Juan Hurtado, donde yo, siendo niño, diferentes veces bebí agua”.
Conocido con este detalle el interior de la villa, vamos a hacer lo propio, aunque menos minuciosamente, a sus habitantes.
El censo de Galera ha subido desde 1490, año en que su población se cifraba en torno a las 1000 personas aproximadamente, como hemos visto con anterioridad. Según las declaraciones que hacen algunos vecinos moriscos -“los quales dixeron que son nacidos y criados en la dcha. Villa”– en septiembre de 1572 con motivo del apeo que se hace de sus tierras, consta que hay unos cuatrocientos vecinos. Multiplicando esta cifra por cinco -media que se puede estimar por familia- estamos ante una población que oscila sobre los 2000 habitantes. Y los datos documentales confirman esta cantidad, e incluso la superan. Al relacionar cada una de las piezas de tierra, tanto de regadío como de secano, los declarantes van mencionando el nombre de sus antiguos propietarios. Sumados, tenemos contabilizados unos cuatrocientos sesenta que autorizarían a afirmar que en estos años la población se acerca a los 2.500 habitantes.
Aunque la actividad básica sea la agricultura, que se practica en las “dos mil hanegadas de tierra de riego poco mas o menos” y en las “quatrocientas o quinientas hanegas que se labran de secano1, en la villa hay una buena infraestructura de servicios, teniendo en cuenta siempre la fecha en la que nos movemos. Prácticamente todos los que los atienden son moriscos. Curiosamente aparece el nombre de un solo de ellos, Luis Ganin, como hortelano.
El Concejo está formado, en alguna fecha, por un Alcalde, Luis Ramón2, cuatro Regidores, Diego el Buztén, Diego Hamo, Luis Hamo y Diego Xueyo, un Procurador por la casa de los señores de la Villa, los Enríquez.
El hecho de ser el alcalde antes de la rebelión -siempre nombrados a gusto de los señores de las villas- y de admitirlo como nuevo poblador de la villa, adjudicándosele un lote de tierras y designándolo como seise, todo esto después del alzamiento- indica que contaba con la total confianza de las autoridades cristianas. Síndico, García Mucelén y tres Seises, García Beltrán Corombe, Gonzalo Çale y Gonzalo Manrique. El número de sus componentes se completa con un Alguacil, que en los últimos años desempeña su función García Almocatar.
Para dar cobertura a los trajinantes, arrieros, mercaderes y demás viajeros de la época, Galera contaba con un mesón, cuya propiedad era de los Enríquez. No conocemos, sin embargo, a la persona que lo regentaba tal vez por no tener posesiones rústicas.
La facilidad que ofrece la hidrografía y la orografía del término municipal, así como la considerable producción de cereales que provenía de las tierras de cultivo, hizo que desde muy antiguo se levantasen molinos en los cursos de los ríos o acequias madres. Antes de su destrucción, Galera contaba con cinco molinos, pertenecientes dos de ellos al señorío, uno a medias entre el beneficiado Durana y dos moriscos, uno propiedad de un cristiano viejo y de un morisco, siendo el último de ellos de pólvora, propiedad de Pedro de Aro y Gerónimo Martínez. En los tres primeros molinos tal vez trabajen Gonzalo Carahan, Diego Çale y Diego Soto.
Por lo que refiere al segundo de los propietarios del molino de pólvora, tal vez sea la misma persona a la que el Rey Católico nombró a “Geronimo Martinez dcho. (dicho) de Galera por haver tenido en guarda el Castillo y Fortaleza de la Villa de Galera en el Reyno de Granada, entonces bien poblada, fuerte y de bastante estima y consideracion, para rebatir y sostener los Maometanos, nuevamente adquiridos, conquistados y abassallados por la Magestad del Catholico Rey don Fernando el Quinto”.
Conocemos la condición de noble de este alcaide de la fortaleza de Galera, que procedía de Tudela. En su árbol genealógico figura entre sus descendientes Andrés Martínez de Galera, también alcaide perpetuo del castillo y fortaleza Ade la villa de Galera, llave del reino de Granada”, que se había casado en ella con Juana Fernández.3
Está documentada igualmente la existencia de “dos o tres tiendas” al frente de las cuales encontramos a Gonzalo Abemuza y a Francisco el Guadixi y tres carniceros, suponiendo que éstos tendrían igualmente establecimientos abiertos al público. Ellos eran Gonzalo Abahamar, Gonzalo Almocatar y Diego el Guadixi.
De los cinco hornos que sabemos que funcionaban -tres propiedad de la iglesia y dos de los Enríquez- conocemos el nombre de uno solo de los horneros: García Ganin.
Ha quedado también memoria de varios mercaderes vecinos de la villa, cuyos nombres eran Diego Abemuza, Luis Almocatar, Gonzalo Anhala, Luis Anhala y Diego Zufa.
Hemos de conceder que nuestros antecesores moriscos en la villa se nos habían adelantado algo más de cuatrocientos años en lo que baños o piscinas se refiere. Se confirma con este dato que la denominación de “Cuesta de los Baños” no es gratuita. Hay en la Galera morisca un bañero -que puede ser el dueño del baño o el que lo cuida- que se llama Luis Almocatar. En estos mismos parajes, unos 1200 ó 1300 años antes, había habido igualmente una zona para baños públicos pertenecientes a la Tútugi romana.
Dos oficios fundamentales para el desarrollo de la comunidad tienen sus respectivos talleres abiertos al público: un carpintero, Diego Manrique y un alpargatero, Luis Manrique.
Falta para cubrir la demanda de estos 2.500 habitantes alguien que se ocupe de su salud. Y también lo hay. Está Luis Maru, “el que curaba”, para atender a estas irrenunciables necesidades.
Un último personaje nos queda por citar: el sacristán, cuyo cargo lo ocupa en este tiempo el también morisco Diego Mucelén.
De entre todos los artesanos y oficiales no aparece nada más que un cristiano viejo. Éste tiene una especialidad muy necesaria en cada localidad del tiempo, que es la de “polvorista”, lo que agradecerían los cazadores de “liebres y conejos, perdices y caza menuda” que hubiese en el término, así como de lobos que ya hemos conocido.
En el transcurso de estos diez meses, la vida cotidiana de estas gentes que acabamos de conocer se va a alterar gravemente. La práctica totalidad de ellos va a desaparecer de la escena, bien por estar muertos en acción de guerra, bien reducidos a la esclavitud, o bien deportados a tierras lejanas y desconocidas para ellos.
1 Se observa que las cifras que dan para el regadío son como cuatro veces las que dicen labrarse en régimen de secano. En la actualidad este dato es absolutamente distinto, sobre todo por la cantidad de tierras de secano que se cultivan. La explicación está en que en tiempos de los moriscos gran parte del término que no se podía regar aún no se había roturado y se aprovechaba exclusivamente como pastizal.
2 Este personaje, que nos lo vamos a encontrar más adelante, debía de estar muy bien considerado
3 Gerónimo Martínez pasó a residir a Liétor (Albacete), donde adoptó el apellido Martínez de Galera, pudiendo haber sido éste el origen del apellido referente a nuestro pueblo. Dato ofrecido por cortesía de D. Francisco Navarro Pretel, párroco de Liétor.