RESPUESTA A UN COMENTARIO EN FACEBOOK

 

 

Me dicen quienes tienen acceso a Facebook -yo hace tiempo que renuncié a este sistema de comunicación- que una colaboración mía en la página web cristoexpiraciongalera.com ha originado una incipiente polémica que en ningún momento estaba, ni está, en mi ánimo suscitar.

El título, EL 23 DE ABRIL DE 2015 HACE 424 AÑOS QUE LOS GALERINOS SON DUEÑOS DE SU TIERRA, pretendía encabezar de forma periodística una información histórica de Galera no demasiado conocida por los mismos galerinos.

Simplemente quería comunicar que los que hasta entonces no eran nacidos en este pueblo y pasaron a ser voluntariamente vecinos de él, llegaron a la propiedad de las tierras que le ofrecieron mediante el pago anual de una cantidad, que ascendía en el conjunto de todos los nuevos pobladores a la cantidad de algo más de 1300 ducados. Y no había más intención.

Pero alguien ha querido ver un segundo propósito y sacar a relucir cuestiones que por mucho que se discutan nunca van a dilucidarse. Y ya puestos, quiero dar mi particular respuesta, si se me permite.

El asunto es si la tierra de España -no sólo la de Galera, claro- era de los musulmanes o  era de los cristianos. Para ello, no hay más remedio que echar un vistazo a la historia, como  hacen otros lectores de mi artículo, creo que juiciosamente.

¿Estaba España deshabitada cuando en 711 desembarcan en las costas del sur los primeros musulmanes? A nadie se le oculta que desde siglos atrás la habían ocupado varias tribus de los llamados bárbaros del norte, de entre los cuales se impusieron los visigodos.

También es suficientemente conocido que con el paso del tiempo esta población se constituye como un Estado o Nación, abarcando prácticamente todo el territorio peninsular. Y se constituyen como tal porque “La NACIÓN es la comunidad más amplia que existe y su finalidad es generar entre las personas un vínculo de unión. La nación, además hace referencia a un conjunto de personas que se encuentran unidas por vínculos comunes como son la lengua, la raza, la cultura o la religión. En una nación también se comparten las costumbres y las tradiciones que van conformando su historia. El ESTADO, por su parte, hace referencia a una agrupación humana que habita en un territorio común y que está asociada bajo una misma autoridad y bajo unas mismas normas que constituyen el gobierno”.

Lengua, raza, cultura, religión y monarquía. Todos estos ingredientes reúnen los visigodos para considerarlos algo más que una horda sin orden ni concierto[1]. Uno de los más preclaros hispano-visigodos, San Isidro de Sevilla, escribió lo siguiente a este respecto:

“De cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos. Con razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas no sólo el Oceano sino también el Oriente. Tú, honor y ornato del mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea la gloriosa fecundidad del pueblo godo”.

El historiador Ramón Peralta apunta lo que sigue en un texto sobre el reino visigodo:

“El rey Leovigildo (565-586) es el verdadero creador del Estado hispano-godo y, por ende, de la nacionalidad hispánica misma: Hispania, reino, entidad política independiente, sucedía a la antigua provincia sujeta al poder de Roma. Primeramente, desde su gobierno de Toledo, a salvo de la amenaza de francos y de bizantinos, intentó con éxito someter a la autoridad central la mayor parte del territorio peninsular en un momento crítico de fragmentación político-territorial, Así, tras consolidar el poder real, derrotó a los suevos del noroeste incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones, alzados contra su autoridad. Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal nacionalista que identificaba el Reino de los Godos («Regnum Gothorum») con Hispania, acotando nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental de Roma”.

Y para remachar anota esta reflexión:

“El III Concilio de Toledo (589), en el que tiene lugar la conversión pública de Recaredo, puede considerarse el punto de partida de nuestra nacionalidad en torno a un monarca, a un poder político ejercido sobre una sociedad que avanzaba firmemente hacia su plena integración desde sus dos elementos conformadores, el latino y el germánico. A diferencia de lo que sucedió en Italia o en el Norte de Africa donde ostrogodos y vándalos respectivamente constituyeron una minoría extraña y hostil, en España se produjó una fusión generalizada entre godos e hispano-romanos, y sobre esta unidad se pudo alzar un Estado independiente y conformarse la nacionalidad hispánica. Durante el siglo VII se iría consolidando la nacionalidad común de los denominados ya como “hispano-godos”, poseedores de una religión común, gobernados por un mismo monarca, e incorporados plenamente a la Administración los antiguos hispano-romanos”

Todo lo que antecede, creo, nos debe llevar a la conclusión de que a la llegada de los musulmanes a la península Ibérica no se encontraron un erial, sino un Estado perfectamente constituido, aunque, eso sí, muy debilitado. Y lo invadieron.

¿Y de qué manera llegaron los musulmanes a España? Pues nos lo va a contar otra historiadora, ésta francesa para que no haya suspicacias. Su nombre es Rachel Arié:

“La conquista de España… se caracterizó por su rapidez, audacia y facilidad… Sin duda el estado de descomposición en que se hallaba el reino visigodo de España… facilitó la tarea de los árabes, quienes fijaron sus ambiciones en este reino… Algunas semanas más tarde (después de atravesar el Estrecho Tariq b. Ziyad con 7000 beréberes e instalarse en la montaña de Calpe, luego llamada Gibraltar) tuvo lugar el encuentro decisivo entre el cuerpo de desembarco musulmán -al que se habían sumado cinco mil infante beréberes- y las tropas regulares de Rodrigo… encuentro que finalizó con la derrota de los visigodos…”

Lo que parece indicar que los recién llegados no entraron en el territorio precisamente con el beneplácito de quienes lo ocupaban. Es decir, que se apoderaron por la fuerza de las armas de lo que se iba a denominar muy poco tiempo después como al-Ándalus. Ese hecho, que creo que se puede calificar de irregular cuando menos, era el que les daba la posesión de la tierra que estamos discutiendo.

Después vino, eso es también patente, la esplendorosa civilización que asombró, y sigue asombrando, al mundo en casi todas las ramas del arte y de la ciencia. ¿Quién discute eso?

Precisamente en estos días estoy participando en un curso que, sobre la Alhambra y su riqueza patrimonial, ha organizado la Universidad de Granada y es increíble el grado de exquisito refinamiento a que llegaron aquellos antecesores nuestros. Un destacadísimo jurista granadino, Manuel Jiménez Parga, en los años setenta del siglo XX, se defendía de algunos nacionalistas de nuestro país que se creían superiores al resto de los españoles, diciendo más o menos esta frase: “Cuando nosotros escribíamos delicadísimos poemas en las paredes de la Alhambra, ustedes se estaban bajando de los árboles”, presumiendo con justicia del supremo grado de desarrollo cultural de la Granada nazarí.

Yo mismo, y quienes me conocen lo saben, he escrito alguna pieza teatral situada en Galera en los sangrientos días del alzamiento morisco, en que me decantaba por la defensa de unas gentes que habían vivido más de ocho siglos en ella y ahora eran  cruelmente expulsados de ella. Pero ello no me autoriza a afirmar que la tierra les pertenecía desde el punto de vista histórico, por las razones que he expuesto.

Y para reafirmar lo que digo, traigo a colación un fragmento del artículo publicado en El País el 19 de agosto de 2010 por Mohamed Khachani:

“La opinión pública española considera que la «españolidad» de Ceuta y Melilla es debida a su conquista antes de la constitución del Estado marroquí, confundiendo así la llegada de los alauís al trono con la propia creación del Estado. La historia de Marruecos no se reduce a la dinastía alauí, que es la última en una serie de dinastías que gobernaron Marruecos desde los idrisíes en el siglo VIII. De hecho, el Estado marroquí no solo existe como entidad política antes de la conquista de ambas ciudades, sino que alcanzó una gran potencia en el siglo XII, absorbiendo incluso parte de la Península Ibérica, que constituía una de sus provincias bajo las dinastías Almorávide y Almohade”

Según este autor, Ceuta y Melilla pertenecen al Estado marroquí, y no a España que las conquistó, porque dicho Estado existía antes de la presencia de la actual dinastía alauí en Marruecos.

Si eso es así, ¿no tiene la misma validez el argumento de tener en cuenta que en el año 711, cuando Tariq inicia la ocupación de Gibraltar, hacía siglos que reinaban en España los monarcas visigodos?

Habrá que pensarlo.

                                                                                                                                                                                                                            Jesús María García Rodríguez

                                                                                                                                                                                                                           Miembro del Centro de Estudios

                                                                                                                                                                                                                         “Pedro Suárez”, de Guadix (Granada)

[1] Uno de los documentos más destacados que confirman esta madurez cultural de los visigodos es la recopilación de leyes de su época y anteriores, conocida como FUERO JUZGO. En este compendio de leyes, aparece curiosamente el nombre de la ciudad ibero-romana de Tútugi, nuestra actual Galera. Y ello ocurre porque uno de los reyes de la época, Sisebuto, emite una disposición en el año 610 por la cual pretende controlar la población judía que vivía en sus territorios. Al parecer, en la aún denominada Tútugi, había un buen número de estos. Así reza una parte del texto legal, en donde se cita nuestra población: “A los muy sanctos, é á los muy bienaventurados don Agrapio, é don Cecilio, obispos, é á los jueces daquel logar, é otrosí á los otros sacerdotes de aquella tierra de Brabi, é Desturgi, y de Iliturgi, é Turgi, é de Macia, é de Tugia, é de Tutugi, é de Egabro, é de Epedro, que son en estas tierras…”

 

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