HERMANAMIENTO ENTRE CÁSTULO Y TÚTUGI

Dentro de la programación que para todo este año de 2018 se está llevando a cabo con motivo del Centenario de las primeras excavaciones en el yacimiento arqueológico de la necrópolis ibérica de Tútugi (Galera), el pasado día 18 de agosto tuvo lugar el hermanamiento entre la Cástulo iberroromana (Linares) y la Tútugi de la misma época cultural.

A tal fin, en la mañana de este día se desplazaron a Galera unos cincuenta representantes de dicha antigua ciudad linarense, que fueron acogidos por el alcalde, Miguel Ángel Martínez Muñoz, el cual les mostró algunos de los rincones más característicos de la localidad.

Hacia las 7 y media de la tarde, comenzó el acto en la Plaza Mayor, en el cual intervinieron los iberos de Cástulo junto a los iberos de Tútugi -casi setenta-, todos ellos convenientemente ataviados al uso de la época.

Tras unas palabras de Martínez Muñoz de bienvenida y agradecimiento a los representantes de Cástulo, el alcalde resaltó los fuertes vínculos culturales que unen desde hace más de dos mil años unen a ambas localidades, apostando por la amistad entre sus actuales habitantes.

A continuación intervino la sacerdotisa castulense, que resaltó la importancia de este hermanamiento. Inmediatamente procedió a la ceremonia, uniendo con un lazo a un guerrero de Cástulo y a una matrona de Tútugi. Ya unidos, un coro de mujeres íberas invocó a los dioses para que protejan y guíen esta unión de ambos pueblos. Esta primera parte concluyó con una unos gritos rituales de varios guerreros que participaban igualmente en la ceremonia.

La sacerdotisa anunció que iba a tener lugar el rito de enterramiento de un guerrero, que había fallecido, lo que condujo a la organización de un cortejo fúnebre, encabezado por un grupo de músicos que interpretaban una composición alusiva al luctuoso acto. Detrás desfilaba el difunto que, en angarillas, iba escoltado por un grupo de guerreros y varias plañideras que mostraban ostensiblemente su profundo dolor. La comitiva se componía, además de un grupo de jóvenes íberas que acompañaban a la sacerdotisa y a una gran dama, todas ellas portadoras de ofrendas para el fallecido. La procesión se cerraba con decenas de muchachas y nobles damas. En total alrededor de un centenar de figurantes cruzó varias calles del pueblo para dirigirse después a la necrópolis, al otro lado del río.

Pese a las inclemencias meteorológicas -nada más salir de la población comenzó a llover- la comitiva, imperturbable, llegó hasta el lugar del enterramiento. Allí, ante centenares de curiosos, se ejecutó todo el ritual funerario, culminado éste con la incineración del cadáver y la recogida de sus cenizas en una urna, éstas fueron depositas en la tumba número 20 de la necrópolis, lugar donde fue hallada la conocida como Diosa de Galera en 1917.

Para concluir el rito, los cientos de asistentes que se habían trasladado desde la plaza del pueblo hasta el cementerio ibérico, participaron en el banquete fúnebre, consumiendo diversas viandas y vino de rosas.

Con las dramáticas luces del crepúsculo, la comitiva regresó a la villa en perfecto orden, resonando insistentemente la triste, pero hermosa, música reservada a los difuntos.

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