DOMINGO DE RAMOS, DOMINGO DE LUZ

 
 
 

No asaltaba, de niños, un refrán que prácticamente hoy no tiene vigencia, como tantas otras cosas de aquellos tiempos: “El domingo de Ramos, quien no estrena nada no tiene manos”. Y entonces venía alguno, algo más instruido y más aguafiestas, y remataba diciendo: “Y el que estrena, se condena”. Con lo que podíamos naufragar en un proceloso mar de dudas infantiles.

Suele ser éste un día luminoso, de los que la primavera nos ofrece como si el sol estuviese recién estrenado, allá en el principio de los tiempos. Y la tradición, al menos este año y en Galera, se ha cumplido.

Al filo de la doce de la mañana, los cada vez menos miembros de la venerable Hermandad del Santísimo Sacramento, se han dado cita en la plaza Mayor del pueblo ataviados con sus más resplandecientes galas. En torno a ellos, el resto de los vecinos que no quieren faltar a esta cita tan especial del año litúrgico.

Poco a poco el paisaje se puebla de elegantísimas palmas traídas del Levante. Como un bosquecillo de elásticas agujas de un delicadísimo color de vainilla, se eleva cimbreante hacia el puro cielo de cristal abrileño. Junto a las exóticas palmas, va creciendo el rumor de cientos de ramas de milenarios olivos andaluces. El rumor de las conversaciones se aquieta cuando el sacro oficiante, revestido de bellísimo granate, inicia el ritual la bendición de los ramos.

Concluida esta primera parte, se inicia la conmemorativa marcha procesional cruzando la histórica plaza del pueblo hasta llegar al templo, cargado de siglos y de vicisitudes, donde se materializará el definitivo paso que dio el Unigénito para la salvación de todos los hombres. De todos los hombres.

Y así, una vez más, desde tal vez los primeros años del siglo XVII, las gentes de Galera han acudido a la cita y han dado inicio a las jornadas de la Semana Santa de la forma más ortodoxa que se puede celebrar.

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